Usted está aquí
Hay de banquetes a banquetes ½
Ahora que he retomado mi vida de lo que antes era; es decir, mi esencia, mi única esencia que tengo y soy, esencia por un tiempo extraviada de escritor y viajero empedernido (mi vena o vertiente de practicar con tanta pasión y audacia el periodismo político, me quitó tiempo, harto tiempo que ahora busco en vano recuperar con viajes, lecturas y charlas interminables con mis hermanos de ruta), me he dado cuenta y voy descubriendo de cuánto me he desviado de mi ruta de navegación original. Pero en fin, nunca es tarde para volver a la senda correcta.
Decía que hoy que he retomado mis pasos casi desdibujados, voy poniéndome al corriente de ciudades, lecturas, cafeterías, restaurantes, capitales mismas las cuales han cambiado en su fisonomía y apuesta. Regreso a contar, a recoger mis anteriores pasos y doy con la misma casona y sus baldosas pero con un nuevo restaurante u hotel el cual muestra la lozanía de su apuesta. A últimas fechas y recuerdo haberlo deletreado brevemente en este espacio culinario, fui a Zacatecas y al bello Distrito Federal (ahora legalmente debemos llamarla Ciudad de México). Siempre hace falta tiempo dispuesto para vagabundear. Nunca con las horas suficientes para anidar en esos rincones y lugares que hacen de esta vida un buen lugar para vivir. Pero lo básico es que fui y puse en marcha la maquinaria de la literatura.
Uno cambia, las ciudades cambian. En Zacatecas y luego de andar recogiendo mis anteriores pasos, deambulé por uno de sus callejones casi medievales (así fueron construidos, a imagen y semejanza de) y desemboqué en una fonda, un restaurante que estaba decorado muy mexicanamente. El mesero me insistió en que entrara. Así lo hice. No podía dejar pasar la oportunidad –una vez más–de pedir como buena comida y bastimento, el famoso asado de boda. A lo cual acotó el mesero, “aquí sí lo preparamos como si usted estuviera en una boda zacatecana.” Lo disfruté regiamente. Comida ceremonial, comida para una boda. No cualquier evento.
Y es que usted y yo lo hemos explorado en este espacio de VANGUARDIA los domingos: hay comida ceremonial (banquetes de cumpleaños, bodas, bautizos. Incluso, banquetes fúnebres); hay comidas de bienvenida, de recibimiento (el padre el cual recupera a su hijo al que consideraba perdido, en el Evangelio de Lucas, y apenas lo ve en la distancia, manda aderezar mesa y vestidos y ordena matar el “becerro gordo” para hacer fiesta. Cap. XV); hay banquetes por los triunfos deportivos obtenidos, hay comidas y celebraciones de negocios; hay banquetes para enamorados (14 de febrero); banquetes por fechas especiales (10 de mayo, Navidades…).
Pero caramba, hay de banquetes a banquetes. En la ciudad de México compré un libro delicioso, “La mesa de los Reyes: imágenes de banquetes en la Baja Edad Media” de la autoría de M.T. Antoranz, para la editorial ibérica, Zamora. El libro es una aplanadora de ideas y pensamiento. Se desmenuzan en esta época de la historia de la humanidad los fastuosos banquetes y manjares que tenían los burgueses, el clero, reyes y príncipes que hicieron de ello, un festín de pompa y boato. Y claro, muchas perlas se coleccionan al azar y conforme uno avanza en su lectura y en observar y desmenuzar las imágenes y grabados de los utensilios de aquella época.
Aquí se deletrean milimétricamente los banquetes que tenían lugar en la Corte de los Reyes de Aragón en el siglo XIV, con los Duques de Borgoña (donde se servían al menos 44 platos), los banquetes que ofrecía don Luis de Anjou. Amadeo VIII de Saboya… y claro, afloran datos para el paladar. Uno: no había tenedor, aún no se inventaba. Y algo que para nosotros hoy, es cosa común: la servilleta para limpiarse las manos. Había recipientes con agua de rosas para lavarse las manos entre plato y plato. O bien, como el Duque de Milán, Ludovico Sforza, hacía: mandaba atar conejos a las patas de la silla de cada comensal para que usted pudiese limpiarse las manos después de comer en sus célebres banquetes.
¿Qué comían en estos celebrados banquetes, cómo era la disposición de la mesa y los invitados, había público que acudía a ver y admirar estos festines, cómo iban vestidos los invitados, cómo se utilizaba la cuchillería de la época? Datos nada gratuitos que nos han moldeado. Por cierto, en la Biblia y el Corán, un banquete es de tal galanura, sensualidad, poder y munificencia de Dios, es tal el festín y sus alimentos, que este baja… del mismísimo cielo. No deje de leerme la próxima semana.