Hemos enfermado gravemente

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Hemos enfermado gravemente

Tenemos que reconocerlo y ser absolutamente claros, como sociedad hemos enfermado gravemente. La alarmante noticia corrió como reguero de pólvora. Un padre que presuntamente se encontraba en estado de depresión tras la separación de su pareja, decidió dar muerte a su propio hijo de tan solo ocho años, para después quitarse la vida. Los terribles hechos —que sucedieron justamente el día en que en nuestro País se celebra a las niñas y niño— produjeron conmoción no solo entre los vecinos del sector Mirasierra de esta capital coahuilense, sino en la población entera. 

El referido acontecimiento viene a sumarse a la larga lista de desgracias de igual naturaleza acaecidas en la entidad. Tan sólo en la región sureste de Coahuila se han registrado 33 suicidios en los primeros cuatro meses del año; cifra que ya rebasa la cantidad de los ocurridos en 2017. El escape por la “puerta falsa” (como se dice frecuentemente en el argot periodístico) lo mismo alcanza a adolescentes que a personas en edad adulta. Las condiciones socioeconómicas de las víctimas tampoco son consideradas un diferenciador cuando de arrancarse la vida se trata. Sin embargo, las conductas suicidas encuentran en la depresión y otros trastornos psicológicos asociados, el factor común. 

El asunto va más allá de afirmaciones teóricas. La realidad supera por mucho el contenido de los libros y artículos que se escriben al respecto. Estamos frente a un problema de salud pública que no ha logrado combatirse adecuadamente. Pese a los innumerables esfuerzos desplegados por las autoridades de todos los órdenes de gobierno, este terrible flagelo va en aumento y la actuación de la sociedad en su conjunto ha dejado mucho que desear. Si bien, el último hecho encendió focos rojos debido a las circunstancias en las que ocurrió, tal parece que las y los coahuilenses nos hemos acostumbrado a recibir este tipo de noticias con indolencia; como si nos encontráramos exentos de una situación similar al interior de nuestras familias. Nos hemos habituado a vivir entre personas que, ante los problemas cotidianos, deciden quitarse la vida. Actualmente estamos tan ocupados en nuestras actividades periódicas, que preferimos compartir un simpático meme o una cadena de oración, de esas que circulan indiscriminadamente, antes de prestar atención a nuestros semejantes. 

Mientras nos quejamos prácticamente por todo y abandonamos la solución de los problemas en manos de los gobernantes, dejamos de hablar con nuestros hijos, hermanos y padres. Pocos, muy pocos se atreven a poner su “granito de arena” frente al mal que nos aqueja. El celular se ha convertido en nuestro mejor amigo y las redes sociales son ahora el escenario en el que desarrollamos (o creemos desarrollar) una falsa interacción con los demás. Medimos el éxito en “likes” y en el número de veces que nuestras publicaciones son compartidas a través de los mentados “retuits”. Privilegiamos los “followers” y dejamos de lado a los amigos. Distorsionamos la realidad con imágenes retocadas mediante infames filtros, pretendiendo en todo momento la aprobación del respetable, al tiempo que evitamos mostrarnos tal y como somos ante el temor de ser duramente criticados. Compartimos a través de una “artística” fotografía lo que estamos comiendo, pero somos incapaces de ofrecer un buen consejo a quien lo necesita. Irremediablemente, la nueva percepción de cercanía social nos mantiene cada vez más alejados de las personas de carne y hueso. 

Aquí en confianza lo reitero enfático, hemos enfermado de gravedad. Ayer Jonathan fue asesinado; lo mató su propio padre. Hoy la terrible muerte de un inocente es noticia; mañana tal vez esta información será diluida por otros acontecimientos, por distintas notas periodísticas, por nuevas publicaciones. Mientras tanto, acompañados por miles de amigos virtuales, iremos habituándonos al vacío que provoca la soledad. 

El pensador que aseguraba no tener nacionalidad, ni pertenecer a religión o clase social alguna, Jiddu Krishnamurti, alguna vez escribió: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”. Ahí se los dejo para la reflexión.      

@Ivo_Garza