Usted está aquí
Hueledenoche
Hueledenoche
Me recibe a unos metros de la casa
no una flor sino un hada, puro aroma
morado: así el hueledenoche asoma
en su quietud, velocidad sin tasa.
Nada sucede, pero todo pasa
en el fluido cósmico, me toma
de la mano: sólo es polvo y carcoma
la lluviosa rutina que me arrasa.
Un sol oscuro excita este perfume
que se afina y decanta en la tormenta
y en el diturno aire se consuma.
Pétalo que consume y que resume
el tiempo en laberinto; cual la menta,
es un olor mental el que me abruma.
Arte poética
Escribo en un idioma sin hablantes
ni lectores, un estricto sistema
en el que la experiencia no es un tema
ni influyen los sentidos vacilantes.
Su umbral no es la sorpresa, sino el antes;
aquí la realidad no es un problema:
la metáfora, el símbolo, el emblema
son plantas del jardín de sus desplantes.
Traducible, más no comunicable,
escritura sin el sostén del habla,
a la gramática universal pura
aspira, como signos en la tabla
rasa mental, signos que con el sable
graba un monje ermitaño en su armadura.
Al ras
Funda el traspié la escuela del tropiezo
–la escalera de caracol que subes
en zigzag, por el mármol de las nubes–
y a través de la viga el ojo avieso
traza, rayo de luz ágil, travieso
este mundo al revés, para que entubes
las sensaciones y otro mundo incubes:
la sien a ras del suelo es como empiezo.
Dormido aún, me calzo las espuelas
y acomodo el audaz pie en el estribo:
si el movimiento es ilusorio, el vuelo
es real, al menos en tanto que escribo;
como un sonámbulo de siete suelas,
arranco mi raíz a ras del suelo.