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Juan, el afilador
Me encontraba absorto tratando de descifrar el significado de un escrito cuando de pronto una musiquilla persistente, que iba de graves a agudos y viceversa, cíclica y muy sabrosa, al irse amplificando, reclamó mi atención.
Al escuchar esta melodía, de pronto, surgió en mi mente la imagen del afilador de cuchillos que solía recorrer las calles de mi barrio cuando yo era niño.
Recuerdo bien que cuando el afilador ponía manos a la obra, al afilar un cuchillo o las tijeras, al rozar el metal con la piedra comenzaban a brincar chispas, a salir disparadas infinidad de luces, que parecían lluvia de estrellas, lo cual a todos los niños nos seducía mágicamente, a tal grado que era sencillamente imposible dejar de mirar ese inocente espectáculo.
Pero confieso que escuchar ahora esa melodía me extrañó bastante, pues en el Siglo XXI y en la cultura de lo desechable, no imaginaba que alguna persona aún se dedicara a ese viejo oficio.
Y digo viejo oficio porque existen infinidad de pinturas de siglos atrás que así lo demuestran; ahí está, por ejemplo, Francisco Goya quien también dejó testimonio de este oficio en su obra “el afilador”, lienzo que actualmente se encuentra en el museo de Bellas Artes de Budapest.
Rotundo asombro
No aguanté la tentación y salí a la calle, mi asombro fue aún mayor cuando constaté que precisamente era un hombre joven, aseado y bien dispuesto, el que gustosamente cargaba con todas las herramientas que implica el quehacer de ese oficio. Como ustedes verán, aquí se me presentó una insólita realidad, pues yo pensaba que esa “chamba” se encontraba en desuso, pero ante mis ojos ahí estaba “un viejo oficio en manos de un hombre joven”.
Al verme el muchacho dibujó en su cara una ancha sonrisa al tiempo que preguntó ¿tiene cuchillos, tejeras o navajas que manden ser aguzadas”? Esto provocó en mí una inusitada curiosidad. Entonces, me apremié a traerle unos cuchillos para que los afilara mientras tanto, justificadamente, podría yo platicar con él para así intentar aprender algo acerca de su oficio.
Caja mágica
El joven abrió una caja de regular tamaño - similar a las que se usan para guardar las herramientas - de la cual desplegó una especie de plataforma para poner sobre ella, con sumo cuidado, todos los cuchillos que ya merecían ser afilados.
Entonces constaté algo de llamar la atención: dentro de ese estuche cada cosa estaba en su lugar, todos los utensilios de trabajo se encontraban limpios y listos para usarse, daba la impresión que deliberadamente habían sido seleccionados y perfectamente ordenados según el uso y el turno en que serían puestos en uso.
La organización de su quehacer también era digna de aplaudir, pues todo el proceso lo tenía magníficamente estandarizado: tomaba cada cuchillo de la misma manera, siempre con respeto; pacientemente los limpiaba con instrumentos y productos que metódicamente tomaba y dejaba en su cajón; luego, uno a uno, lentamente los pasaba, con extraordinaria destreza, por la piedra que al mismo tiempo hacía girar con movimientos rítmicos, muy bien calculados, lo que provocaba que se desgajaran, de la fricción, chispas ardientes, como si fueran fuegos artificiales.
Conocimiento y dominio
No había la menor duda que Juan - que era su nombre - tenía conocimiento y pleno dominio de ese trabajo: a simple vista se apreciaba que sus manos eran competentes y la manera en que reparaba cada cuchillo hablaba de una incuestionable disciplina que se traducía en una impecable calidad.
Pero lo que más me llamó la atención fue el celo y la actitud entusiasta con que hacía su trabajo, pues más que una labor mecánica parecía que intentaba alargar la vida de mis cuchillos, verdaderamente se dedicaba y esmeraba por regalarles una segunda época de uso llena de brillo, de resistencia, pero sobretodo de incuestionable filo.
Ingenio aplicado
De la amena charla descubrí que Juan había terminado una carrera técnica pero, al no encontrar trabajo, en lugar de quejarse y consumirse en el desánimo, decidió emprender este oficio, que había aprendido, desde niño, de su padre.
Con el tiempo se ha acreditado una clientela que le permite obtener los recursos necesarios para sostener a su esposa.
Juan es un emprendedor porque en lugar de esperarse a encontrar trabajo él ha creado su propia fuente de ingresos, pensando además la manera de hacerlo crecer.
Artesano del filo
Les confieso que no aprendí mucho del oficio, pero sí de la persona, de ese “artesano del filo” y del sentido del trabajo.
Juan - enfrente de mí y sin siquiera pedírselo -, creo y recreó, una y otra vez, las sagradas leyes del trabajo que la vida puso en sus manos, recordándome que hay labores que aparentemente son humildes pero que en el fondo son muy meritorias, haciéndome también palpar la magia que emana del amor al oficio y lo extraordinario que para los clientes significa ser atendido por esta clase de personas.
Alegrías de la vida
Juan, en unos cuantos minutos, me recordó que muchas de las alegrías de la vida son las que se avienen del trabajo que desempeñamos. Y así también pensé que ahora, por buscar exclusivamente el dinero, las personas no sabemos valorar lo que la buena práctica de nuestro oficio gratuitamente nos concede, y entonces malgastamos montones y montones de los mejores momentos que el trabajo nos brinda.
Su sonriente cara asentó que eso que emprendemos cotidianamente, se puede forjar bien o mal, con o sin calidad, con aprecio o desprecio. Que todo se puede hacer con alegría o a regañadientes y que ese modo de darle vida al oficio siempre dependerá del oficiante.
También comprendí esa enseñanza que los romanos legaron a la posteridad: “no hay trabajos indignos, sólo actitudes indignas”, sentencia que clarifica las causas por las cuales muchas empresas aún no han podido concretar, frente al cliente – en el momento de la verdad - sus “programas” de calidad, ni alcanzar sus metas de productividad.
Juan, mediante su chamba - humilde y silenciosamente - proclama que la prosperidad también se descubre cuando se emprende un trabajo que haga a la persona sentirse gozosa. Juan es un emprendedor, porque ha sabido transformar un viejo oficio en una forma de vida.
Gran lección
Qué gran lección disemina Juan con su caja mágica y la competencia de sus manos: sería útil que en estos tiempos, en donde abundan los medios y escasean los fines, los que tenemos la fortuna de trabajar, le demos honesto significado a nuestros esfuerzos dirigiéndolos hacia los destinos que mejor manifiesten el carácter y talentos personales.
Este joven también regaló a mi corazón una inesperada esperanza: comprender que en México, aún cuando hay miles de personas que no hacen bien sus labores y que culpablemente burlan y ultrajan las sagradas leyes del trabajo, también existen millones de personas que anónimamente se afanan con calidad y que son ellos, precisamente, los responsables de que nuestra patria siga de pie, a pesar del fango en el cual hemos metido a nuestra nación.
Juan, el afilador, a todos convoca a amar al trabajo, exhorta a emprender con calidad; en fin, a que respetemos, apreciemos y practiquemos, mediante el oficio que la vida nos ha regalado, las leyes sagradas del trabajo.
Insisto, mientras existan emprendedores como Juan, continuarán abriéndose surcos para que en México vuelva a florecer la vida, la esperanza, la ansiada tranquilidad.
cgutierrez@itesm.mx
ITESM Campus Saltillo
Programa Emprendedor