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Juego político: el ‘arte’ de engañar
La competencia política –al menos en la acepción clásica– suele desarrollarse en una arena en la cual el apego a la verdad, el honor y el “juego limpio” parecieran no tener cabida. O al menos así pareciera luego de realizar un análisis más atento de la realidad cercana.
Y es que basta con fijarse un poco más allá de la superficie para encontrar que en la lucha electoral buena parte de las cosas que se ven –y que los aspirantes a un cargo público exhiben– son más bien apariencias que intentan vendernos una realidad inexistente.
El fenómeno, que no es nuevo, se ha exacerbado con el advenimiento de las denominadas “redes sociales”, instrumentos que sacan ventaja de una característica de los electores comunes –también conocida largamente y siempre explotada de la misma manera–: su escaso interés por acopiar la mayor cantidad posible de información antes de tomar decisiones.
Con estos dos elementos se integra el círculo vicioso que ofrece como resultado inevitable el poco alentador panorama político que observamos en cada proceso electoral y que se caracteriza por la imposibilidad de escoger “al mejor” o a “la mejor” –dado que no existen– y nos condena a seleccionar como representante apenas “al menor peor”.
Un buen ejemplo de cómo se recrea este círculo vicioso lo constituye el reporte periodístico que publicamos en esta edición, relativo a la escasa “credibilidad” que puede adjudicársele a quienes “siguen” en la red social Twitter a los principales políticos locales que aspiran a gobernar la entidad en el próximo sexenio.
Lo que sorprende no es tanto el hecho de que una auditoría arroje como resultado hasta 94 por ciento de cuentas “sospechosas” de ser falsas, sino el hecho de que a los candidatos no les preocupe la facilidad con la cual tales artimañas pueden ser descubiertas.
El uso indiscriminado de la estrategia que hace aparecer a cualquier individuo como alguien “popular” o, como es el caso de Twitter, alguien que “influye” con sus publicaciones, pareciera poner en evidencia, por un lado, que a nuestros políticos realmente no les interesa comunicarse con los potenciales electores por esta vía y, por el otro, que los usuarios “reales” de la citada red tampoco son muy exigentes.
La influencia de los medios cibernéticos en los procesos electorales en México es aún limitada y está poco estudiada. Salvo regiones muy específicas, en las cuales existen condiciones peculiares que no se reproducen de forma generalizada, difícilmente alguien podría confiar seriamente en obtener un triunfo electoral basado en redes sociales.
Sin embargo, valdría la pena que, al menos en esa región de la vida pública que es transparente y sobre la cual cualquier persona puede averiguar la verdad con un mínimo esfuerzo y en brevísimo tiempo, el comportamiento de nuestros políticos fuera un poco más decente.