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“La bailarina de Auschwitz”
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Carlos R. Gutiérrez Aguilar
Programa Emprendedor
El premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, comenta: “Este libro es un regalo para la humanidad. Una de esas historias que nunca quieres terminar de leer y que te cambian la vida para siempre”, se refiere al libro que acabo de leer y cuyo título de esta entrega tomé prestado. Una historia de supervivencia, fortaleza y esperanza.
En el infierno
Edith Eger, judía húngara y la menor de tres hermanas, es la autora de esta obra. Tenía 16 años y ya nacía en ella las cualidades para llegar a ser una bailarina talentosa cuando, junto con su familia, fue enviada a Auschwitz, donde sus padres y abuelos fueron asesinados.
Edith narra que al llegar al campo de concentración el sádico Joseph Mengele estaba de pie al final de la fila de prisioneros, decidiendo quién iría a la cámara de gas y quién viviría: “Indicó a mi madre que se colocara a la izquierda y yo la seguí”, “El doctor Mengele me agarró… nunca olvidaré ese contacto visual… y me dijo “vas a ver pronto a tu madre, solo va a darse una ducha”. Fue la última vez que vio a sus padres.
Sobre la primera noche en el campo de concentración narra la autora: “El doctor Mengele, es un asesino refinado y un amante de las bellas artes. Por las noches, busca entre los barracones a presas con talento que le entretengan (…) Me examina. No sé en dónde poner los ojos (…) Pequeña bailarina – dice Mengele – baila para mí. Indica a los músicos que empiecen a tocar. El familiar compás del vals “El Danubio azul” se filtra en la oscura y claustrofóbica habitación (…) ¡Baila! - ordena de nuevo - y noto que mi cuerpo se empieza a mover (…) El suelo del barracón se convierte en el escenario de la Ópera de Budapest. Bailo para mis admiradores del público. Bailo bajo el destello de las luces. Bailo para mi amante, Romeo, mientras me levanta por encima del escenario. Bailo por amor. Bailo por la vida (…) Cuando concluyo mi coreografía (…) rezo, pero no rezo por mí, rezo por él. Para que no sienta la necesidad de matarme.
Debe haber quedado impresionado por mi actuación, porque me lanza una hogaza de pan, un gesto que resulta me salvará la vida más adelante”.
La salvación
Después de Auschwitz, Edith fue llevada a Gunskirchen, donde con la espalda rota, moribunda y rodeada de cadáveres, milagrosamente con un casi imperceptible movimiento de su mano consiguió llamar la atención de un soldado estadounidense: su salvador.
Edith padeció el pavoroso holocausto y a pesar de su sufrimiento y terrible experiencia tuvo la sabiduría y la capacidad de perdonar, transformándose en un testimonio universal, en un mensaje de amor y esperanza con el cual infinidad de gente se inspira para reenfocar sus existencias.
Edith sigue ejerciendo su doctorado en psicología clínica, a sus 91 años, continúa apoyado a personas y organizaciones “a eliminar sus limitaciones, a descubrir sus potencias de auto renovación, y mantenerse en movimiento más allá de la mera supervivencia" en sus palabas: “Auschwitz solo me dio un regalo, el poder guiar a la gente en su camino, ayudándoles a su adaptación”.
Las prisiones
La humanidad sigue edificando cárceles, materiales e intangibles, en las cuales en las cuales se violan sus derechos humanos. En las cuales abunda la injusticia y el dolor.
Estas prisiones se encuentran construidas con los muros de las sutilezas provocadas por los convencionalismos sociales, en donde se enseña a tenerle fobia a las personas que viven en pobreza. Construidas con los barrotes inquebrantables del materialismo, la indiferencia y la apatía.
Estos son los campos del siglo 21, en los cuales se adoctrina y esclaviza al espíritu humano, se aprende a percibir al prójimo como al mismo infierno, se educa en la indiferencia provocando que las personas extravíen deliberadamente sus brújulas morales; en fin, su influjo provoca que el ser humano, que el otro, el indefenso se sienta profundamente solo y horrorizado.
Lecciones de vida
Para Edith la adversidad es parte de la vida, por tanto, en ocasiones y por diversas razones, las personas caminamos a través del “valle de la muerte”, pero lo verdaderamente importante es que jamás debemos establecer ahí un campamento.
Para ella, cada problema es temporal, y la manera en que aprendemos a resolverlos determina el bienestar; en este sentido, las peores de las condiciones que humanamente podemos padecer brindan oportunidades de crecimiento interior.
Edith considera que la agresión y la pasividad son los comportamientos menos eficaces para lograr una determinada solución, siendo el perdón una de las más significativas acciones que podemos hacer para ser verdaderamente libres, pues es la forma de liberarnos del control que nuestro pasado ejerce sobre el presente. De ahí que la culpa y la condena no producen cambios positivos, más bien generan mayores inconvenientes, sobre todo en el ámbito emocional.
Una manera de progresar en la vida, de madurar, reside en la capacidad de convertir los problemas en desafíos y las crisis en las transiciones, en oportunidades de aprendizaje y crecimiento.
En relación a la convivencia humana, Edith sostiene que la cooperación requiere mucho menos energía que la dominación y la competencia. Entonces es fácil comprender: para lograr los objetivos personales en la vida, el trabajo colaborativo será siempre más efectivo que la separación y el aislamiento.
Cruda realidad
Nuestro mundo personal es producto de un universo más general, pues aun cuando somos capaces de elegir el bien y lo bueno por medio del uso de nuestra inteligencia, voluntad y respeto, y encontrar así la libertad, sucumbimos ante nuestras propias experiencias de fracaso o éxito (fabricantes de ídolos), nos sujetamos a las propuestas del mundo apegándonos, insistentemente, a nosotros mismos y familiarizándonos con la mentira y así, inconscientemente, nos alejamos del conocimiento de la verdad y por ende del camino que conduce a la realización personal.
Para constatar lo anterior, sólo basta mirar alrededor y siendo sinceros con nosotros mismos ver la cruda realidad de cómo nos esclaviza el dinero, el prestigio, el poder, la fama, el placer sin conciencia y los premios que un grupillo de gente diseñan, para hacer caer en tentaciones, a personas limpias e inteligentes que lo que único que desean en la vida es ser congruentes y felices.
De la obra de Edith también aprendemos lo grande que es la vida cuando se sabe distinguir entre todo eso que esclaviza y aquello que proporciona libertad, en saber respirar con plenitud el tiempo y la época que nos ha tocado vivir y preguntarnos no lo que debemos recibir, sino lo que podemos aportar. Sin preguntar lo que nos falta, sino disfrutar de lo que ya se tiene.
Edith, atestiguó la máxima crueldad humana, pero eligió resistir y sobrevivir, más aún: eligió perdonar a los asesinos de sus padres, a sus captores, a esas personas que la hicieron sufrir. Porque aprendió que era la manera de ser realmente libre.
Tomado el control
Tomar conciencia que en el sagrado presente la libertad es origen de vida, representa un paso para iluminar los sitios en donde se encuentran las verdades prácticas de la vida, para así escapar de las cárceles de la indiferencia; perdonándonos a nosotros mismos y a los demás; aceptando que la percepción que tenemos de la realidad es y será imperfecta pero que, indudablemente, siempre podremos escoger la manera de responder a las circunstancias: con resentimiento y odio, o con la libertad que fluye del perdón, como la bailarina de Auschwitz lo hizo cuando decidió ejecutar la mejor función de su vida, posiblmente bajo la certeza que en “la vara y el callado” del Señor estaba su aliento. Su Esperanza. Su futuro.