La canasta de Caperucita Roja ½

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La canasta de Caperucita Roja ½

Experiencias culinarias y platillos que forman parte de nuestro imaginario colectivo, pero que en nuestra realidad han echado raíces de diversas maneras

¿Qué contiene la canasta de la infanta Caperuza Roja, la dulce e ingenua niña protagonista de uno de los textos más conocidos de la historia universal? Los cuentos mal identificados para “niños”, los hemos conocido y paladeado descafeinados y sin grasa, merced a Hollywood y Disney que todo lo pudren. Pero carajo, ¿a quién se le ocurre presentarnos estos cuentecillos e historietas en sus versiones ligeras, cuando la curiosidad es tanta y no paramos hasta encontrar las versiones originales; éstas sí, preñadas de una vida real, cotidiana y ácida las cuales buscaban un tanto “moralizar”, alertar y educar bajo el amparo del fuego, a los infantes de antiguos tiempos?

“Hoy hace un día maravilloso… para ser malvada.” Éste y no otro inicio, son las primeras letras originales de muchos cuentos e historias mal llamadas para niños. Aquellas letras de: “Erase una vez un rey y una reina que vivían felices…” o bien, “Había una vez un esposo y una esposa…”, nada tienen que ver con las versiones originales, por ejemplo, de los famosos cuentos de los Hermanos Grimm. La piedad está ausente. La bondad no existe. Las causas justas, si acaso las hay, afloran de vez en cuando. Contra lo que pueda pensarse (insisto, ideas y verborrea vendidas por la máquina de descomponerlo todo, Hollywood y Walt Disney), en los cuentos tradicionales y populares recopilados por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm (cuentos contados no a niños, sino versados en las noches más altas a la orilla de un fuego serpenteante a todo público reunido en las aldeas alemanas de los siglos XVIII y XIX), la violencia, la antropofagia, la brutalidad y el castigo y dolor infringidos a los personajes (humanos y animales) son parte esencial y natural de dichos textos donde la misericordia está lejana.

Aquí, la dulce niña dueña de la Caperuza roja sí es engullida por el fiero lobo. Aquí las hermanastras y madrastra de la dulce adolescente llamada Cenicienta, sí reciben castigo. Si usted había leído que las hermanastras que hacen la vida imposible a la mucama que lava diario las cenizas de la chimenea, casan al final con apuestos galanes, le tengo una mala noticia: Hollywood tan dado a las artimañas de superación personal, nos ha vendido la tierna historia con final feliz para que sus hijas no tengan pesadillas. Nada más alejado del cuento original. Las malas hermanas quedan ciegas de por vida. Fin.

Y dentro de esta exégesis sucinta y a vuela pluma, le propongo a usted que acometa una tarea por estas fechas en que se acerca la Semana Santa: hay tiempo en el calendario para disiparse, tumbarse en su sillón favorito y leer, leer cuanto tenga pendiente en su vida. En este caso, le recomiendo que lea en clave gastronómica los cuentos clásicos con los cuales usted creció. No pocas veces todo tiene que ver con alimentos mágicos (el tenerlos o no. La abundancia o la hambruna. El banquete de los poderosos versus la dignidad de los pobres, del pueblo todo), experiencias culinarias y platillos que  forman parte de nuestro imaginario colectivo, pero que en nuestra realidad han echado raíces de diversas maneras. Lea y le recomiendo las versiones originales recopiladas en “Cuentos de los Hermanos Grimm para todas las edades” de Philip Pullman, para Ediciones B de España.

¿Cuándo cambió nuestro concepto de violencia? No lo sé. ¿Recuerda usted el cuentecillo de “Blancanieves”, recuerda usted cómo fue a parar al bosque la niña a la cual su madrastra, una virgen de corazón negro, no quería? La madrastra de torva alma llamó a uno de los cazadores del Rey y le dijo: “Llévate a esa niña hasta lo más profundo del bosque. No quiero volver a verla en mi vida. Antes de regresar cerciórate de que ha muerto, y trae contigo como pruebas sus pulmones y su hígado.”

En no pocos cuentos (no de hadas, de hecho, las hadas son muy pocas) de Charles Perrualt o en los recopilados por Ítalo Calvino en Italia, se zampan en barrocos guisos, las vísceras, manos y muslos de bellas princesas. Los potajes recuerdan aquel texto del saltillense Julio Torri, “La cocinera.” La violencia y humor negro que raya en la carnicería, son letra común en estos textos. ¿Recuerda usted aquella casita forjada con ladrillos de pastel, techos de  galletas de jengibre con ventanas de caramelo macizo? Esta la puede edificar la especialista en postres, doña Beatriz Garza, esposa del chef Juan Ramón Cárdenas. Pues bien, es la tentación en el cuento de Hansel y Gretel, con lo cual la bruja malvada del cuento atrae a niños… hambrientos.

¿Qué contiene la canasta de Caperucita Roja? Léame por favor la próxima semana. Como en los cuentos, esta historia continuará…