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La canasta de Caperucita Roja 2/2
¿Qué contiene la canasta de la dulce y bella Caperucita roja? En estas historias mal etiquetadas para niños, en muy pocas hay hadas, casi todo la trama tiene que ver con la gastronomía, golosinas y manjares envenenados y la piedad y finales felices en las versiones originales están ausentes. Sabores y experiencias culinarias en muchos textos, son el armado integral de la historia misma. La cocina y glotonería de los cuentos de hadas e historias infantiles da para mucha reflexión y exégesis señor lector.
Un libro portentoso al respecto es “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll. Quien no se llama así, sino Charles Lutwidge Dodgson, quien para mayores señas fue matemático y reverendo. Su cuento es el libro más apreciado por los niños ingleses y es conocido en todo el mundo por sus imágenes: “Alicia en el país de las maravillas.” El escritor nació en Daresbury (Cheshire) el 27 de enero de 1832 y murió en Guildford, Surrey, el 14 del mismo mes de 1898. Carroll –no el reverendo Dodgson– escribió, concibió y creó un fascinante y disparatado universo literario para los niños: las aventuras de Alicia, una niña que transita entre el humor y la sátira, la fantasía y la realidad, las matemáticas y la gastronomía, la cual hace de este mundo, un universo irrepetible.
Según los biógrafos, el reverendo Dodgson tuvo una “vida aparentemente exenta de episodios relevantes”, esta “quedó repartida entre el estudio de las matemáticas…la lógica simbólica, y la pasión por la literatura fantástica.” El apunte biográfico es de Alfredo Fizzardi. Pero dentro de esta aparente “estabilidad” de su vida, fue autor de las historias y episodios más hilarantes de la literatura universal. En el mundo de Alicia, si usted recuerda, todo se puede comer, beber, deglutir, hasta… el reloj del Sombrero loco. Alicia, crece y decrece, como Gulliver. Pero ¿tiene que ver la comida en ello? Pues sí, según la tesis de Carroll. Somos lo que comemos. La frase es común, es patrimonio de la humanidad, pero fue dicha primero por alguien, por lo general un sabio. Este sabio fue nada más y nada menos que el padre de la gastronomía moderna, J.A Brillat-Savarin, este dijo para la eternidad: “Dime lo que comes y te diré quién eres.”
Carroll así lo sabía y lo puso en lengua de Alicia: “A lo mejor es la pimienta lo que pone a la gente de mal humor, y el vinagre lo que hace a las personas agrias, y la manzanilla lo que las hace amargas y el regaliz y las golosinas lo que hace que los niños sean dulces. ¡Ojalá la gente lo supiese! Entonces no serian tan tacaños con los dulces.” Deje que los niños se atiborren de dulces señor lector, so pena de caer en la amargura, la desdicha y el mal humor que de adultos, no pocas veces tenemos. Ya luego veremos como les quitamos dichos hábitos, pero la infancia es para disfrutarse y golosear.
¿Qué contiene la canasta de la infanta Caperuza Roja, la cual va a visitar a su abuelita un tanto indispuesta? Según la versión descafeinada que usted lea, varían las provisiones de la cesta que lleva la ingenua niña. Algunas versiones hasta se dan el lujo de detallar sabor, color y preparación de dichos alimentos. En una versión almibarada que leí, se describe lo siguiente: mugis o lazos de crema, pan de leche, mermelada, galletas de almendra con moras, y claro, tarta de manzana. Nada más alejado de la realidad.
En la versión del investigador Philip Pullman, para Ediciones B de España, en el cuento de los hermanos Grimm (Jacob y Wilhelm) deletrea que la madre de Caperucita envió lo siguiente en la canastilla a la menesterosa anciana enferma: “Ven, Caperucita, quiero que lleves a la abuela este pastel y esta botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas para que se ponga fuerte.” Sí, vino, considerado en esa época y esa cultura un alimento más en la mesa, no una bebida alcohólica. Y el pastel, así de genérico, pastel, pastelillos. Sobra decirlo, el feroz lobo se engulló a la abuelita y a la ingenua caperuza por igual. Luego, se echó a tomar una reconfortante siesta. Un descanso por ser tan glotón… Hasta que lo despanzurró la Caperucita con sus tijeras que traía en su delantal y así pudo salir de los intestinos y panza del licántropo (¿Recuerda a Jonás, el bíblico?). Fin de la “dulce” historia.