La crisis del Modelo Occidental

Usted está aquí

La crisis del Modelo Occidental

En 1989, el politólogo Francis Fukuyama publicó un artículo que tituló “¿El Fin de la Historia?”. Por esas fechas el bloque soviético se encontraba en plena descomposición y su desaparición era inminente. En 1992 su pregunta de 1989 se convirtió en afirmación y su  artículo, en libro, “El Fin de la Historia y el Último Hombre”.

La tesis central de Fukuyama sostiene el triunfo irreversible del liberalismo político y económico. La democracia occidental y el sistema  capitalista habían triunfado y superado los totalitarismos de corte fascista y comunista del Siglo 20. Todo parecía indicar que las confrontaciones ideológicas, que dividieron a la Humanidad, llegaban a su fin. La “modernidad occidental” se imponía y no habría vuelta atrás. 

Un cuarto de siglo después, parece que el modelo está fallando. La democracia y la economía de mercado no logran sacar de la pobreza a cientos de millones de seres humanos; por el contrario, cada vez hay más pobres y son más pobres; mientras que los ricos cada vez son menos y mucho más ricos. La desigualdad extrema parece ser el legado del liberalismo.

En los países ricos no falta quienes culpan a pobres e inmigrantes por sus problemas o ambiciones insatisfechas; en los países pobres, algunos dirigentes encuentran que los países desarrollados son responsables de todos sus problemas. Esta confrontación acontece en una sociedad cada vez más crítica, informada e insatisfecha.

Durante muchos años hemos estado discutiendo cuál será, desde una perspectiva global y colectiva, el origen de nuestros problemas. Creo que este análisis debe complementarse con otro, más profundo enfocado en la persona, en los seres humanos.
Una vez más, el Papa Francisco da en el clavo del asunto. En el número dos y siete de su exhortación apostólica, “Evangelii Gaudium, La Alegría del Evangelio” cito:

“2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.”

“7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría.

Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría» Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo...”

El mundo occidental, cuyo modelo de organización política y económica está en crisis, es cuestionado y atacado desde adentro y desde afuera. Fallas en el modelo y fallas en las personas que debieron dar vida a ese modelo. 

Lo más irónico del caso es quiénes y cómo atacan lo que representó el mundo occidental. Se ataca desde dentro negando y menospreciando todo aquello que se logró: se salvaron millones de vidas, cayeron dictaduras, hubo grandes descubrimientos científicos, miles de millones fueron educados, creció la economía mundial, y un larguísimo etcétera. 

Desde afuera, el ataque es aún más retrograda. Proviene de la intolerancia más profunda que hayamos visto en el pasado: un terrorismo intransigente que quiere imponer la intolerancia, la esclavitud, el tráfico de personas y el menosprecio de la mujer. 

Sin duda tenemos mucho qué reflexionar y discutir. Entre tanto, creo que sólo encontraremos una ruta para solucionar los problemas estructurales de Occidente cuando las personas enderecemos el camino y vivamos los verdaderos valores de una sociedad plural, democrática e incluyente, los verdaderos valores occidentales.

Twitter: @chuyramirezr
Facebook: Chuy Ramírez