La Derecha necesaria

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La Derecha necesaria

Siempre resulta complicado hablar de derechas e izquierdas. De hecho ayuda referirse a ellas así, en plural. Por lo general las personas tienen determinadas posiciones políticas, sin mucho rigor que digamos, y mucho dependen de si se discute sobre economía, política, sociedad, cultura, historia o religión, en un ámbito regional, nacional o internacional.

He sostenido en repetidas ocasiones, y aunque no esté de moda en estos tiempos de polarización, las verdades absolutas no caben en la cosa pública. Me aproximo pues, en este ejercicio, a posturas ideológicas que observamos en sociedades democráticas o en naciones que aspiran a serlo y están alejadas de modelos autoritarios. Me refiero a sociedades que reconocen lo básico de eso que llamamos derechos humanos. Estos comentarios nada tienen que ver, por ejemplo, con las izquierdas estalinistas, maoístas o la que aún impera en Corea del Norte; ni con las derechas hitlerianas, mussolinianas o pinochetistas.

Cuando hablamos de México el debate se vuelve nebuloso, confuso, complicado. Se ha pretendido ubicar a gobiernos y partidos dentro de esos parámetros ideológicos, conforme a la lógica de que vivimos bajo un paraguas de instituciones democráticas que funcionan, cuando en realidad nuestras instituciones educativas, culturales, de seguridad, justicia o económicas, por mencionar algunas, no acaban de ser democráticas ni eficientes.

Ni los gobiernos federales por los que ha pasado México, ni los partidos consiguen pasar la prueba del ácido para ser catalogados como de izquierda, centro o derecha, porque antes de implementar sus programas y acciones, unos y otros se tropiezan con la corrupción hecha sistema, así las definiciones se quedan en el papel o de dientes para afuera. En los hechos, difícilmente podemos encontrar posturas y políticas claramente ejecutadas.

Gabriel Zaid sostiene que la corrupción “es” el sistema. Esa maraña de acuerdos, sobreentendidos, claudicaciones y disimulos que nacen de una creencia que predica y encumbra el egoísmo, el acaparamiento, el abuso, la imposición, el deseo de venganza. Esa maraña gobierna este País bajo este axioma: “acomodarse y ¿a cómo darse?”.

Sería injusto juzgar las doctrinas de izquierda y derecha democráticas, aplicadas a México, cuando ninguna ha podido ponerse en práctica no digamos a cabalidad; sino siquiera en grado suficiente para evaluar resultados y fallas. Hasta las luchas democráticas más nobles se han corrompido. El mal aqueja a gobernantes y gobernados, escamotea la esencia de la democracia y la reduce a encumbrar un Tlatoani y depositar en él toda responsabilidad, toda atribución, todo mérito, todo fracaso, toda decisión.

El Ejecutivo se resiste a ceder poder y renuncia a diseñar un gobierno democrático. El Legislativo, especialmente cuando existe clara mayoría, tampoco ayuda mucho, carga sobre el Presidente todas las responsabilidades, éxitos y fracasos.

El México de la 4T reedita al que conocimos entre 1929 y 2000. El aparato gubernamental arropa al Tlatoani y hace uso del presupuesto, mientras la oposición se fragmenta. El Presidente apuesta a dividir en conservadores y liberales, ostentándose como paladín del bando liberal. La oposición se duele porque desde el siglo 19, “conservador” en México sabe a insulto. El conservador británico que conduce hoy la democracia más antigua del planeta, no entendería esa aversión al término.

Considero que desde 1863 México no ha tenido un sólido partido de derecha. El PAN no es un partido de derecha. Lo que pasa es que no ha habido nada a la derecha del PAN. Su doctrina, como cualquier estudioso sabe, se sustenta en la Doctrina Social Cristiana. Forma parte de la Internacional Demócrata de Centro; no de la Unión Demócrata Internacional en la que se alinean las derechas democráticas del mundo: Chile, Reino Unido, Canadá y otros.

Por estrategia, López Obrador ubica en el bando conservador de derecha a todos sus oponentes, cuando pocos o ninguno de ellos puede ser acusados de serlo. Meter en el mismo saco al EZLN y al FRENAAA es, para decir lo menos, aberrante. Él mismo tiene rasgos de conservadurismo, tantos o más que toda la oposición junta. Basta recordar su resistencia a la legalización del aborto o su postura frente a la diversidad sexual. AMLO encarna una rara mezcla de conservadurismo radical y de radical liberalismo.

Por todo ello creo que mucho convendría a México la irrupción de un partido de derecha democrático. Que se distinga de las oposiciones de izquierda, liberal y social cristiana. Sería un partido pequeño, difícilmente obtendría más del 10 por ciento de votos en el corto plazo. Quizá tuviera fuerza en el Bajío y en el Occidente, con algún enclave en el Norte. En la Ciudad de México perdería el registro. Pero su presencia ayudaría a las oposiciones a ubicar su sitio.

La regla sería disentir, pero acordar en lo fundamental: la democracia y sus instituciones. Además acabaría de una vez por todas con la confusión y el caos, que deja de un lado al Presidente y los suyos, y del otro, dispersos y divididos, a sus opositores. Cuando cada quien se ubique con nitidez, quedarán en evidencia los que no tienen agenda ni propuesta, ni ideología ni doctrina, es decir, el PRI de ayer y de hoy, con ese o con otros nombres.

@chuyramirezr

Jesús Ramírez Rangel

Regresando a las Fuentes