Todos somos inclinados a generalizar.

En todos los países hay delitos. Hay violaciones, hay  asesinatos, hay secuestros, hay robos, hay discriminaciones. Lo que no se acepta es la generalización. Mencionar esas conductas como típicas o característicos de una nacionalidad parece injusto y ofensivo.

Si decimos que todos los ciudadanos de la Unión de Estados en América del Norte son discriminadores, o que su característica es ser drogadictos, caemos en una inexactitud hiriente y falsa. Ofrecer disculpa es reconocer que se usó un lenguaje desmedido en un momento de irreflexión apasionada. Se muestra deseo de corregir lo dicho, de no identificarse con la ofensa sino afirmar que no la merece quien la recibió. 

Cuando se ofrece una disculpa, quien la presenta queda éticamente enaltecido y quien la escucha valora la buena voluntad y el deseo de apreciar la nueva actitud de quien desea retirar lo dicho.  

Se sana la relación por esa virtuosa reciprocidad del que rectifica y del que comprende y se muestra indulgente. La generalización reconocida y rechazada es correspondida por una estima de esa nueva actitud de reconciliación. 

La disculpa puede ofrecerse explícita o implícitamente. Quien señala, después, cualidades o excelencias de la misma nacionalidad  está diciendo que lo afirmado no se aplica a todos sino a quienes fallaron, en minoría excepcional.

Cuando se habla de muros de hamburguesa o de tortilla, o protegidos por arriba y por abajo es que se quiere evitar toda inmigración ilegal de México y Centroamérica. No se habla de muro fronterizo con Canadá. Recuerda eso la muralla china o el derribado muro de Berlín. No se siente como pared de residencia vecina sino como barda de exclusión.

Insistir en que se pague desde acá la pretendida barda del norte equivale a quitar beneficios al tratado existente o encarecer baraturas y suprimir exenciones  y así cubrir presupuestos de construcción.  La moneda está en el aire, y lo Trump comprobado o lo Clinton por conocer. antes de noviembre,  se muestran desafiantes…