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La fe y la vida
Felipe de Jesús Balderas SánchezEl tema de la Resurrección que celebra la cristiandad este domingo no puede analizarse desde la perspectiva histórica, sino solamente desde la fe, eso lo debemos de tener claro. Evidencias sobre el hecho hay muy pocas y, en todas, los observadores no son neutrales. María Magdalena, los discípulos reunidos cuando Tomás manifiesta su incredulidad, o los otros discípulos que no eran miembros del círculo cercano que caminaban hacia Emaús –y con los que parte el pan– no han sido pruebas suficientes para los escépticos y manifestar que verdaderamente Jesucristo ha resucitado objetivamente.
La otra evidencia es la del “sepulcro vacío”, pero esta prueba desde el principio no tuvo la fuerza suficiente, piense en todas las inconveniencias. Dejemos el hecho por lo tanto en el plano de la fe. No son las evidencias que se nos han mostrado, después de cerca de 2 mil años de cristianismo, razones que hagan razonable la fe, como lo decía Hans Küng. La historia requiere evidencias, la fe sólo la aceptación del dicho.
Todo esto por la década de los setenta dio origen a la diatriba en donde algunos teólogos contemporáneos le apostaban por un lado al Cristo histórico en contraposición con el Cristo de la fe. Por supuesto, lo que se sostuvo en la predicación de las iglesias por la falta de comprensión, de profundidad y de análisis fue la segunda postura. Esa fue y a la fecha sigue siendo más conveniente, más rentable y menos compleja. El dogma ayuda y, como en la Edad Media, la Iglesia backstage sigue practicando el “Roma locuta, causa finita”. Por eso en las comunidades cristianas el tema de la muerte de Jesucristo en la cruz, en contraposición con el de la Resurrección, es bastante socorrido. Es más llegador, impactante, sentimental y taquillero.
La Resurrección no solamente reclama un discurso sólido, sino una forma de vivir que compromete la vida misma. Por lo complicado del hecho en sí, es decir, de que alguien vaya en contra de la dinámica natural y traspase los límites establecidos, en este caso de la vida humana, exige el abandono de la frivolidad, de lo superficial, de lo trivial, de la irreflexión, de la insensibilidad, del desinterés y del egoísmo. Tan simple: que alguien vuelva a la vida después de muerto repugna a los sentidos.
La cruz le vino bien al poderoso para construir un argumento de consuelo ante lo adverso, no así un discurso de liberación y de legitimación. La resurrección nunca estuvo presupuestada, a la fecha no lo ésta. El éxito de la fe, como fue, como es y como será, se encuentra en el sentimiento y la emoción, no en el compromiso cotidiano. En eso ha insistido permanentemente la Iglesia católica y las iglesias reformadas.
La construcción de un discurso que ha tenido como eje matricial a un Jesucristo doliente ha sido la base de una sociedad dividida y, me atrevería, a decir polarizada. De esa misma forma se ha construido la narrativa de las sociedades contemporáneas donde una cosa es la fe y otra la vida.
Por eso se ha construido un discurso simplista que tiene como punto de salida y de llegada la visión hollywoodense del hecho. Un Cristo guapo, como si saliera de la estética, milagrero y hasta peliculesco nos ha venido siempre bien, sino pregúntele a Mel Gibson y a sus seguidores.
El discurso de muerte nos llevó a creer que la indolencia, la banalidad, la pobreza, la desigualdad, los asesinatos, las desapariciones y todo aquello que atenta contra la dignidad humana eran temas normales en la vida cotidiana. Malas noticias, no es así. La muerte es parte del proyecto humano y, si quiere, divino, pero no de la forma como la hemos concebido. De ahí el éxito de los modelos políticos y económicos y hasta religiosos.
¿Por qué ese afán de promover y de creer en un Jesús con tales características? ¿Qué nos ha faltado para dar el salto como los primeros cristianos y afirmar la fe en un Cristo vivo y presente en la historia? Muy probablemente Jesús no retomó su cuerpo mortal como muchos desde su imaginación y fe lo afirman, pero su mensaje está vigente y esa es la prueba de que sigue vivo y presente entre de nosotros, pero ¿qué seguirá después de haber celebrado una vez más los días santos? ¿Lo mismo? ¿Lo habremos celebrado sólo desde la fe? ¿Y la vida?
Así las cosas