La Feria del Libro

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La Feria del Libro

Durante más de medio siglo la Unesco mencionó a los países en un listado que los ordenaba de más libros leídos a menos. La Unión Soviética siempre tuvo el primer lugar seguida por países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca…) y luego los de la Europa del Centro. Los Estados Unidos de América no estaban en la cola, pero tampoco en la punta. Leían ahí más libros que los latinoamericanos pero no se comparaban, por ejemplo, con Francia, que tenía su cifra de 25 libros por cabeza al año muy bien ganada. Claro que Francia estaba a la mitad de los rusos y Estados Unidos en la cuarta parte. Las cifras han cambiado y no tengo muy claro por qué y cómo, pero no radicalmente. Entre los países de América Latina siempre estuvo arriba el Uruguay y la Argentina. México, entre los que menos leían en el mundo, luchó un buen tiempo por dejar atrás el fatídico dígito de la unidad (sí, un libro al año).

¿De dónde pudo venir esa obsesión lectora de los eslavos? Es muy antigua, pero nació desde que fueron cristianizados, no desde la Roma de los papas,  sino desde la Grecia ortodoxa que consideraba un deber seguir la cultura helenística. Por si usted no tiene el dato se lo pasaré: dejando de lado a la Gracia clásica de Homero y Platón, en tiempos de Cristo la lengua utilizada en el Mediterráneo era el griego. El Nuevo Testamento tiene 27 libros de los cuales solamente uno fue escrito en arameo, el Evangelio de Mateo, que se perdió y sólo se conserva la traducción al griego. 

Total, todos los textos básicos del cristianismo, fueron griegos: ni uno en hebreo, ninguno en latín. Y de Grecia salieron los evangelizadores de los pueblos eslavos, de ahí que el alfabeto ruso se parezca al griego, que lo creó San Cirilo.

Los rusos se hicieron lectores, y en mucho cooperó con esto que las estepas (la soledad), la nieve (el aislamiento) y la religiosidad (su ritualismo y mística) los hicieran adictos a la lectura. Evidentemente que hubo una larga etapa intermedia, pero llegamos a la Rusia de los zares y encontramos que sigue adelante la práctica. Tolstói y Dostoyevski son dos de los grandes lectores escritores que también crearon lectores de sus novelas. Otra pasión rusa fue la poesía. No había niño ruso que no declamara versos de Alejandro Pushkin. El gran ensayista George Steiner dice que cuando estudió en la primaria en Francia aprendían cada día uno o dos versos, lo que juntaba un poema semanal: a fin de año podían recitar una obra enorme. La SEP en México, de Echeverría para acá, ha luchado a brazo partido por que los niños no aprendan nada de memoria porque es antipedagógico.

Los mexicanos hemos superado, finalmente, el ominoso libro anual y lo subimos a tres y medio, según se dice. Algo es algo. 

Fuimos castrados por la etapa colonial en la que leer era un acto digno de sospecha. Tan lejos iban los españoles que prohibían leer la palabra de Dios, es decir, la Biblia y los Evangelios. Total, dejaron al país atolondrado. Alumnos de literatura preguntaron a Borges: “qué libro se llevaría a una isla” (pregunta tonta que se hace con frecuencia): respondió que Huckleberry Finn. Insistieron: “¿y el Quijote…, Y la Biblia…?” Responde Borges: todos los tienen en su casa y no los leen, ¿para qué llevarlos a una isla? Una vez más, el gran ciego dio una respuesta inteligente a una pregunta idiota.

Regreso a los rusos. Lenin, que había conocido en su exilio en Suiza lo que significa disfrutar de una buena biblioteca, cuando tomó el poder creó un sistema de servicio bibliotecario casi perfecto: cada ciudadano podía solicitar un libro y recibirlo sin costo por correo y regresarlo sin pago una vez leído. Un campesino de los Urales podía tener los libros que deseara (en una cabaña solitaria) sin gastar un rublo. Este tipo de servicio lo conocí cuando estuve en La Jolla, California. Con mi credencial de estudiante podía tener acceso a ocho millones de títulos, desde mi casa. ¿Qué sucedía si el libro que quería estaba prestado?, la red de universidades escribía al lector diciéndole que alguien lo pedía. Me lo prestaban una semana. Lo colocaba yo en su misma caja en el correo, sin pagar.

Me distraje, pero felicito a quienes hacen la Feria del Libro de Arteaga.