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La Gran Ciudad de México
No es ningún secreto que uno de los lugares que considero favoritos para ser, estar, vivir y existir es la Ciudad de México. Mis primeros 17 años de vida los viví en mi natal Piedras Negras, de ahí salí en 1995, para regresar en 2009 por decisión propia. Regresé para cumplir mi responsabilidad como legislador federal. En Inglaterra hice estudios de maestría durante año y medio y, desde hace casi tres años, vivo y trabajo en los Estados Unidos.
Radiqué en la Ciudad de México aproximadamente 15 años. Viví ahí un desarrollo personal y profesional verdaderamente enriquecedor durante mis años de universidad y al dar mis primeros pasos en política. Hice ahí grandes y entrañables amigos que aún conservo. Me tocó vivir en diversos puntos de la gran metrópoli: Huixquilucan, Lomas de Sotelo, Coyoacán, Colonia del Valle, Actipan, Providencia, Las Águilas, Lomas Verdes, Polanco y Lomas de Chapultepec. Siempre que regreso a la ciudad me vienen los más gratos recuerdos y el deseo de algún día regresar a disfrutar de su vasta cultura, su rica gastronomía y de una cotidianeidad de la que es imposible aburrirse.
Un solo detalle da con todo al traste. El tráfico de la Ciudad de México la tiene prácticamente colapsada. Sin duda, también está la inseguridad común, pero eso es motivo de otro análisis. Anteriormente nos quejábamos del tráfico, aunque el caos se limitaba a las horas pico; ahora es su estado natural. Recorrer distancias medias o largas en vehículo privado es prácticamente imposible; hacerlo en transporte público lo es más. He optado por permanecer dentro de una zona circunscrita y hacer mis traslados a pie, así, avanzo, que es lo importante.
La Ciudad de México debate su futuro inmediato, el problema ya no es cuestión o asunto del mediano o del largo plazo. Tiene que hacerse algo eficaz a partir de ya. Más de 20 millones de personas viven con prisa y urgencias en una ciudad con vialidades saturadas y con un transporte público muy limitado, ineficiente e inseguro.
Se han emprendido algunas mejoras, como el Metro Bus, pero no bastan; faltan rutas y unidades. El Metro también es insuficiente. Abordar un vagón es todo un reto. La infraestructura vial para el parque vehicular quedó rebasada hace años. Millones de personas pasan un porcentaje importante de su vida trasladándose de un lugar a otro. Sobra decir que las políticas públicas implementadas han sido y son, en el mejor de los casos, insuficientes y tardías.
Durante décadas, se privilegió la construcción de vías rápidas y con ello el uso de vehículos particulares; se pospuso tanto la construcción de una verdadera red de transporte público (Metro, Metro Bus, trolebuses, y autobuses) planeada a corto, mediano y largo plazo, y acorde con políticas de desarrollo urbano. Hoy parece demasiado tarde para remediar el caos existente.
Como consecuencia de lo anterior, reaparecen las contingencias ambientales. Llegará la temporada de lluvias a paliarlas, pero generarán otro tipo de caos. El desorden es evidente. Los ciudadanos se quejan y se seguirán quejando frente a la falta de soluciones.
Una clase política muy cuestionada pide sacrificios a los ciudadanos que pueblan la ciudad más politizada del País. La crisis se agudizará cuando caigan en la cuenta de que los sacrificios son tan grandes como la cirugía que requiere la capital de México.
Miguel Ángel Mancera y Enrique Peña Nieto, fuertemente cuestionados por los capitalinos, no podrán con el reto. Aunque alguien tendrá que hacerlo. El tiempo corre, no se detiene. Quien decida entrarle al toro de encabezar la gran urbe, deberá entender que no será cosa fácil.
Su gestión, gubernamental o ciudadana, será muy cuestionada y criticada por una sociedad harta, al borde del abismo, pero instalada en la era del disfrute consumista, cuyo mayor enemigo es la incomodidad. Quien se atreva a semejante aventura, que implica pedir sacrificios a esa compleja sociedad, deberá contar con un respaldo ciudadano sin precedente.
Prometer y hacer más de lo mismo: populismo político a la mexicana, conducirá a un caos absoluto. La aguda crisis exige incentivos eficaces, orden e innovación, y ya van muy tarde. También se requiere mucha madurez ciudadana, mucho sentido común.
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