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La lección
La salida de Nicolás Alvarado de la dirección de Tv UNAM por la presión ejercida a través de las redes sociales, luego de haber escrito un artículo en el cual expresaba su opinión acerca de la obra y su persona del recientemente fallecido Juan Gabriel generó las más diversas reacciones. Por un lado, una gran mayoría de los usuarios de esas mismas redes expresaban su beneplácito, mientras que otros argumentaron que existió en el ánimo general la pretensión de coartar la libertad para escribir acerca de una impresión totalmente personal sobre algo o alguien.
Desde hace tres años, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que “las expresiones homofóbicas, al ser vocablos discriminatorios que incluso pueden conformar un discurso de odio, no están protegidas por la libertad de expresión”. A ello se refirieron algunos. Otros enfocaron el asunto en el tema de la pedantería con que se escribiría el trabajo, desde una cultura pretendidamente alta, mirando con desprecio lo que también pretendidamente se encuentra “abajo”, o sea, la cultura popular. (Farándula, la llamó el mismo Alvarado, al aclarar que la programación de Tv UNAM no aborda ese mundo).
Con las dos perspectivas coincido: primero, la consideración, importante, de lo que estableció la Suprema Corte, para regir la convivencia armónica en la sociedad mexicana. Y, por el otro lado, también, con este asunto de colocarse por encima del otro, mirándolo sobre el hombro y sintiéndose superior.
Una consideración más, mucho en el mismo sentido de la segunda perspectiva, es con la que en lo personal me quedo: su percepción sobre la manera de vestir de Juan Gabriel y sobre su forma de ser: “el uso de lentejuelas no por jotas, sino por nacas; la histeria, no por melodramática, sino por elemental”. Una percepción cargada de prejuicios y sobrada de altanería.
Resulta lamentable que tratándose de un hombre de probada trayectoria; de enorme erudición, sean estas palabras las que definieran su más íntimo entramado. Ya no se trata del mero hecho de que la actualidad exige, de cada uno, formas de pensar en una sociedad civilizada, que eso es en sí mismo mucho decir, sino, además lo triste, de considerar que forme parte de un discurso interior absolutamente lamentable de quien se encontraba a cargo de un puesto en donde la pluralidad y el enriquecimiento de unos y otros se presupone sería el sello que marcaría el medio al cual representaba.
El Consejo Nacional contra la Discriminación le exigió ofrecer disculpas. La presión ejercida desde las redes sociales es digna de tomarse en consideración. Este, como muchos otros casos, en nuestro país, se fortalece en las redes. Que sea para bien, pues de ello también pueden derivarse situaciones poco aconsejables, al sentirse el poder de presión capaz de influir en cuanto tema aparezca, muchas veces sin verdadero conocimiento del asunto.
Nicolás Alvarado exhibió un pensamiento. Hizo uso de una pretendida libertad de expresión, que como vemos, en este caso podría caer en la ilegalidad. Cabe recordar aquí también, la reflexión que se reciben siempre en las primeras clases de periodismo: “Estoy hasta la muerte con lo que dices, pero doy hasta la vida por el derecho que tienes de decirlo”.
Cada cual, después de lo dicho por el escritor, tomará una postura de reflexión frente a ello. Pero cuidado con el linchamiento. Porque entonces estaríamos entrando en el territorio que reprobamos. Ojalá que la lección que se derive de esta experiencia sea el sentar un precedente en los temas tan delicados que toca a la homofobia y al prejuicio entre todos quienes se dedican a escribir, no sólo en medios, como fue el caso de Alvarado, sino desde las mismas redes sociales.
Esa indeseable presencia
Las voces que en México y el extranjero se han dejado escuchar en contra de la visita del candidato republicano Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la semana anterior, dieron una muestra contundente del rechazo hacia quien ha vituperado en reiteradas ocasiones a los mexicanos. Con Trump, a quien el llanto de un bebé produce escalofríos, que llega y aparenta una imagen frente a las cámaras en el País que ha insultado y otra al llegar inmediatamente al suyo; el que maneja lenguaje a su conveniencia y emplea términos degradantes para identificarnos, hay que establecer una sana y definitiva distancia ética.