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La lengua de la mariposa (2)
“Voy girando en los brotes y las hierbas, construyo una isla/ uno la rama a las riberas/ y cuando desaparecen los puertoscuando se oscurecen las líneas revisto la sorpresa cautiva/ con el ala de una mariposa/ al abrigo de las espigas y la luz en el país de la fragilidad” Sorpresa cautiva. Adonis
En el pequeño altar donde hojas, piedras, flores y un árbol pequeño espléndido y seco, reposan. Allí junto a los cristales de sal que un día con ojos iluminados recogí en Guerrero Negro. En el lugar de las arenas ambarina de Egipto y rojiza de Marruecos. Donde reposan las flores de la corona de San Diego que me dio mi madre y una amplia hoja de lirio de los manglares del sur luce vaciada de toda agua. Donde los redondos cantos de una playa peruana dan colorido. Allí descansa la mariposa.
A más de mil kilómetros de distancia, le pedí a Anallely que depositara el cuerpo en ese altar en el que con una especie de locura (en la que interviene el desarreglos de los sentidos) honro a la Tierra.
Al llegar vi el signo que Ana generó: tomó flores de la lavanda del pequeño jardín para hacer una cama sobre la que colocó el cuerpo de la mariposa monarca. Y la dejó allí, sobre una seda blanca que tiene un cuarzo rosa encima. Ella no sabía que adentro estaba el cadáver de un ave. Yo la veía descansar sobre esos tubos que son las inflorescencias de la lavanda. Alas sobre alas. Vuelo sobre vuelo. Vuelos interrumpidos.
También el ave murió al estrellarse cuando intentaba encontrar la salida en una pared de escalda. En aquel entonces tomé su cuerpo muerto aún tibio y me lo puse en el pecho mientras balanceaba suspendida, al pintar pinos. Intentaba la bendición de su vuelo en mi trabajo.
A esta mariposa alimento no le faltó. Ni cariño. Murió ese día en el que la temperatura descendió abruptamente. Tal vez influyó el saberse lejos de su tribu. Estuvo acompañada en las salidas al jardín por otras mariposas, por un par de abejas, por el viento y el cielo. Pero simplemente no volaba en forma independiente por esa ala que arranqué con mi parabrisas.
Hay una sola cosa que tengo por segura: le gustaba el calor de los dedos. Le gustaba que le hablara Anallely o yo. Acudía a la voz. Algo de calma entraba en ella. No sé cómo describir esta certeza, pero así era.
Se apagó entre las manos que la cuidaban. Creo que ella dio más sentido a nuestras vidas que lo que nosotros pudimos hacer por ella.
Al llegar del viaje, tomé su cuerpo rígido del altar. Sigue siendo hermosa y espléndida. Altos ropajes del mundo impresos en su cuerpo.
Sus antenas inertes recuerdo todavía en movimiento. Sus patas ligeras, su lengua sobre mis dedos.
Solo atino a recordar un sueño en el que huía de un hombre con una espada. Era un sueño en el medioevo. Huía y me refugié en un intrincado lugar de un puente, y cuando entraba la espada para intentar deshacerme, el metal alargado se convertía en la lengua suave de una mariposa que empezaba a enrollarse al tocar mi cuerpo. Así, lo que antes había sido una espada, era una caricia.
En ese sueño una mariposa prestó su lengua para sustituir una espada. Me permitió vivir. En la realidad, esta mariposa me apremió a emplear movimientos de suma delicadeza al convivir con ella.
Pensé en la energía de la vida fluyendo en ella y fluyendo en mí. No hay diferencia. Realmente no hay diferencia. Ella y yo: ambas de igual importancia o ninguna. Nos tocó a ambas este ropaje y este encuentro. Ahora hay alas sobre alas en el altar mientras duermo.