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La lucha interna: Alimentar sólo a un lobo
Hace cientos de años, en una noche de luna brillante, un viejo sabio Cherokee contó a los jóvenes y niños de su tribu una inusitada historia de guerra: “una terrible pelea entre dos grandes lobos ocurre dentro de mi corazón.
Uno de los lobos representa la maldad, el temor, la ira, la envidia, el dolor, el rencor, la avaricia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, la competencia y la egolatría.
El otro lobo es solo bondad, alegría, paz, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía, verdad y compasión. Amor.
Lo interesante –sentenció el viejo– es que esta misma lucha interna continuamente ocurre dentro de cada uno de ustedes y en el fondo del corazón de todos los seres humanos que pueblan la tierra.
Los chicos escuchaban asombrados y pensativos cuando, de pronto, uno de ellos se atrevió a preguntar: ¿cuál de los dos lobos ganará? … A lo que el anciano simplemente contestó: el que tu alimentes”.
DESESPERACIÓN
Esta reflexión trae a mi mente a Ernesto Sábato: “hace tiempo escribí que la vida se hace en borrador, lo que indudablemente le da su trascendencia, pero nos impide, dolorosamente, reparar nuestras equivocaciones y abandonos. Nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día. ¡Qué horror y qué tristeza, la mirada del niño que perdimos!
(…) En la desesperación de ver el mundo he querido detener el tiempo de la niñez. Sí, al verlos amontonados en alguna esquina, en esas conversaciones herméticas que para los grandes no tienen ninguna importancia, he sentido necesidad de paralizar el curso del tiempo.
Dejar a esos niños para siempre ahí, en esa vereda, en ese universo hechizado. No permitir que las suciedades del mundo los lastimen, los quiebren. La idea es terrible, sería como matar la vida, pero muchas veces me he preguntado en cuánto contribuye la educación a adulterar el alma de los niños. Es verdad que la naturaleza humana va transformando los rasgos, las emociones, la personalidad. Pero es la cultura la que le da forma a la mirada que ellos van teniendo del mundo.”
ME TIEMBLA EL ALMA
Sabato me estruja el alma. La inmundicia del mundo cotidianamente mancha los espíritus de los niños y jóvenes empañando sus miradas, porque la cultura actual —nuestra forma de vivir y convivir—, en términos generales, alimenta al lobo sombrío que intuyó Hobbes en el Leviatán: ese que es el lobo del hombre, esa fiera que se encuentra en constante competencia con los demás hombres, que conduce a la al egoísmo, la envidia y al odio.
El mundo alimenta a ese lobo que se piensa autosuficiente, que idolatría la técnica, que no se sabe eterno, que ha dejado bajo el dominio de sus instintos a su propio corazón, condenándose a una espantosa pobreza existencial.
La cultura alimenta al lobo consumidor de los niños y jóvenes que piensa que la vida consiste en tener, que obvia las riquezas del ser, que se encuentra impedido para distinguir lo bueno de lo malo, que es incapaz de estremecerse ante la mirada de la bondad.
La globalización fortalece a ese lobo acostumbrado a mirar, sin remordimiento alguno, a la miseria, la corrupción y el despilfarro. A ese animal salvaje desmemoriado que ha perdido la vergüenza.
CUIDADO…
Parece que el ominoso lobo maldito está ganando la batalla: miles de letras, discursos y palabras se gastan en pro de los valores, pero estos se viven muy poco.
Parece que este mundo no tiene ni pies ni cabeza y en su loco andar nos hemos deshumanizado, extraviando las razones que antaño permitían convivir en paz los unos con los otros.
EJEMPLOS…
Por ejemplo, hablamos de justicia, pero predomina injusticia.
Enaltecemos la verdad y honestidad, pero predominan las mentiras piadosas y la corrupción. Entonces creemos que la rectitud de vida es cosa de personas santurronas.
La tolerancia se proclama como un himno, pero criticamos las diferencias; pregonamos la solidaridad como un valor social, pero suele privar el interés personal, el egoísmo, el “primero yo”.
Nos interesa la autenticidad, pero la falsedad, la incoherencia, la piratería y el doblez aderezan muchas acciones del mexicano; prometemos fidelidad, pero la memoria olvida la promesa empeñada, y en los tiempos de desgracia nos escurrimos de aquellos que quisieran vernos leales; también, anunciamos la bondad, pero escasea la amabilidad y comprensión.
Y aún más indigente es la compasión hacia los más débiles, pues rápidamente racionalizamos sus realidades a fin de justificar nuestros pecados de omisión; pronunciamos la palabra gratitud, pero nos es indiferente sentirnos deudores.
En las escuelas, en la chamba y templos anunciamos la responsabilidad como forma de vida pero, generalmente —y sin remordimiento alguno— , es común incumplir con la fecha estipulada para entregar ese trabajo, en llegar tarde, en dejar plantado a una persona, o en dar excusas cuando no hicimos en tiempo y forma lo que deberíamos haber hecho.
Alimentamos al lobo que viola las reglas: estamos en contra de lo que huele a prohibición. Nuestra frecuente desobediencia entraña una libertad vacía, una libertad “servil”: un libertinaje.
Reverenciamos en palabras a los ancianos, pero les dedicamos escaso tiempo, sus horas de vejez son acompañadas de soledad y abandono.
Celebramos el día de la amistad, pero flaqueamos cuando hay que tender la mano a ese amigo que la necesita. Hablamos de generosidad, pero caminamos cerrados, calculando, balanceando los cargos y abonos.
Y qué decir de la paz. Escasea el sosiego, la seguridad, la serenidad, la mesura. La violencia y la inseguridad tienen de rehén al país.
Hablamos de conciliación, pero no “aguantamos” a los otros, rápidamente desesperamos; somos tercos, saturamos nuestro cerebro con juicios que hacemos de otras personas, creencias que luego envenenan nuestros actos.
Muchas veces gana el lobo imprudente, envidioso, competitivo y excluyente.
DICE OCTAVIO PAZ
“Estamos separados de los otros y de nosotros mismos por invisibles paredes del egoísmo, miedo e indiferencia (…) A medida que se eleva el nivel material de la vida, desciende el nivel de la verdadera vida. La gente vive más años, pero sus vidas son más vacías, sus pasiones más débiles y sus vicios más fuertes. La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros. Busca de otras tierras o de sí mismo: hoy se acaba en un conformismo universal”.
El Nobel tiene razón: nuestros males son íntimos. Hemos comercializado el alma, desvalorizamos todo porque creemos en las modas impuestas por los medios globales de comunicación. El lobo siniestro desea hacer de nuestra alma su guarida.
ALIMENTAR EL BIEN
La obligación primaria es darnos cuenta, es saber de la presencia y peligro del lobo malo y la manera en que éste se alimenta.
El compromiso es dejar de ser marionetas considerando que los valores existen y son para vivirse; es recobrar la capacidad para decir no; es desechar la cruel indiferencia; es percatarnos que estamos siendo anestesiados.
Es preguntarnos cuál de los dos lobo personalmente alimentamos, todos los días, con nuestros actos.
Personalmente no creo en el futuro como fatalidad; existen razones, evidencias, testimonios que, ante tanta calamidad, cotidianamente anuncian la presencia del lobo generoso, del compartido: ese de nobles sentimientos.
Conviene que todos alimentemos con fervor y sin descanso al lobo bueno. Aprendiendo a resistir, modificando nuestro lenguaje y acciones. Educando con el corazón. Reaprendiendo el significado de gozar: “un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación”.
Es pertinente alimentar al lobo bueno formando a los niños y jóvenes con otra manera de vivir, encarado una educación diferente que a todos nos predisponga al amor: en donde no se enseñe el mal como bien, en donde no se hable de solidaridad y bien común al tiempo que se inculque la competencia y el individualismo.
Como Sabato creo que “el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal”: he ahí mi esperanza del triunfo del lobo bondadoso.
Programa Emprendedor del Tec de Monterrey Campus Saltillo
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