La luz de cuatro grandes

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La luz de cuatro grandes

Cuando en 1961 Nelson Mandela fue acusado por traición en un tribunal, sus palabras fueron: “Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

Pasó 27 años en la prisión y al salir de ella sus palabras continuaron teniendo la misma sintonía con respecto a sus acciones inmediatas. Sin rencores, llamó a la concordia, llamó a la reconciliación y a perdonar a sus verdugos. Como se sabe, se convirtió en Presidente de Sudáfrica y mantuvo la coherencia de sus ideales, que en dos esperanzadores términos podemos apuntar: libertad e igualdad.

Por estos mismos ideales se lanzaron a la lucha otros tres grandes: Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Éstos, asesinados. De este tamaño, a esta consecuencia por la búsqueda del ideal, era la grandeza de miras de estos hombres. La vida por el ideal.

El derecho será fundamental para regir su actuación. Será por la vía legal a través de la cual encaminarán sus pasos. Los cuatro intentaron alcanzar sus propósitos bajo el imperio de la ley. Cuando ni la ley ya establecida favorecía la libertad ni la igualdad, entonces  hubo pronunciamiento y ejecución de otras medidas: la desobediencia civil. Luther King sería preciso en aquel discurso de 1963, a un siglo del célebre de Lincoln, de 1863 en el cementerio de Gettysburg.

Decía así el pastor bautista: “Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación”.

Mientras Martin Luther King, en Montgomery, fue el organizador de un boicot que duró casi un año en contra de la segregación de los autobuses municipales, Nelson Mandela, llamado afectuosamente Madiba, abuelo venerable, recorría el país promoviendo la desobediencia civil. En 1961 Mandela fue elegido secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Toda África. Ese movimiento clandestino, emblemático en la lucha contra el régimen de la recién proclamada República Sudafricana, centró su estrategia en atacar instalaciones de importancia económica o de valor simbólico, excluyendo atentar contra vidas humanas.

La voz de Gandhi se hizo escuchar y fue definitoria en la Independencia de India con respecto a la Gran Bretaña. Su ayuno, símbolo de una lucha que se hizo efectiva al integrar las castas de parias, esclavos y bárbaros, y trabajando por la producción de las abandonadas zonas rurales.

Cuatro hombres cuya obra podemos ver ahora en perspectiva, para entender lo que ganaron, lo que hicieron por su futuro que ahora es nuestro presente. Si oponemos sus discursos al de Joseph Goebbels, el vil ministro de Propaganda de Hitler, podemos contrastar profundamente el mensaje de libertad e igualdad de aquellos cuatro grandes.

He aquí un fragmento del infamante discurso que pronunció Goebbels en 1943, con el cual levantó la moral y el entusiasmo de los alemanes para alentarnos en la “Guerra total”.

“–¿Quieren ustedes la guerra total?

“(Clamor: ‘Sí, sí, sí’. Aplausos).

“–Si fuera necesario, ¿quieren ustedes una guerra más total y más radical que lo que hoy no podríamos ni siquiera imaginar?

“(Clamor: ‘Sí’. Aplausos).

“–Los ingleses afirman que el pueblo alemán ha perdido la fe en el Führer. 

“(Clamor: ‘¡Guerra, guerra, guerra!’).

“(La muchedumbre se levanta como un solo hombre. Demuestra un entusiasmo sin precedentes. Una ola con un solo clamor de ‘¡Sieg Heil!’ fluye por el recinto. Como si fuera una orden, las banderas y los estandartes ondean en lo alto como la más grande explosión de un momento en que la muchedumbre honra el Führer. Miles de voces se unen y gritan: ‘¡Führer, ordena, te seguiremos!’).

“–Yo les pregunto…

“(Siguen los gritos: ‘¡Führer, ordena, te seguiremos!’).

“–Yo les pregunto: ¿es la confianza de ustedes en el Führer más grande, más fiel e inquebrantable que nunca. Están ustedes completa y absolutamente listos para seguirlo donde quiera que él vaya y hacer todo lo que sea necesario para llevar la guerra a un victorioso final?”