La Naturaleza de las Cosas

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La Naturaleza de las Cosas

Hace unos días me invito mi amigo el periodista Enrique Lomas Urista a presentar su quinto libro “La Naturaleza de las Cosas”, editado este año. La presentación fue en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, en el marco de sus 50 años, acompañado de sus familiares y amigos de diferentes medios de comunicación. 

A Enrique lo conocí en Torreón, cuando fui Coordinador de la Unidad Torreón de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), colaboró conmigo en el Departamento de Difusión Cultural. 

Lomas, como un artesano, entreteje sus narraciones con un esmerado genio y con gran sentido del humor, como es característico en él. Sus relatos son de una gran vivacidad y de un sarcasmo alucinante. En sus escritos expresa una realidad cotidiana que pasa desapercibida para muchos de nosotros. ¿De qué habla el autor en estos relatos?

De la madre, de Dios, de las cotidianidades, de las ratas, del amor, de la muerte y entre otras cosas, de sus 50 años. En este libro de bolsillo dimensionamos la capacidad literaria de Enrique y logramos visualizarlo en toda su extensión. 

En el relato “Llueven ángeles”, hay un excelente intento de curarse de la ausencia de su madre. Creo que no lo logró, porque la ausencia de una mamá, no tiene medicación. Mi mamá murió hace 14 años y nada ha sanado su ausencia y tampoco creo que sanará la ausencia de mi papá, quien falleció ayer. 

En “El trampero”, en una escena donde las ratas se rebelan contra los tramperos, me recuerda los tiempos de rebelión que estamos viviendo en diferentes regiones del mundo. En donde menos se pensaba, los ciudadanos se revelan contra sus autoridades. 

En “Senda olvidada”, Lomas nos dice que: “Tomó la vida por los manubrios y se dispuso a huir”, es en cierta medida un llamado para que tomemos la vida en nuestras manos y nos atrevamos a revelarnos. Para que el frío nos deje dormir, la nostalgia no nos capture, no se nos hunda el estómago, y que el amor por los guisos extraordinarios de nuestras mamás los hagamos realidad.

Las preguntas en “Dios de buen humor”, quedan sin duda para la meditación, ¿Puede estar Dios de buen humor frente a los corruptos? ¿Dios se pone triste porque nos comemos el pan sin merecerlo? 

En “Cementerio de Trenes”, qué manera tan cruda de relatar la realidad de los inmigrantes, y al final qué doloroso es aceptar que solo les queda “un último tren en el bolsillo”. 

Los epitafios que nos entrega Enrique en su pequeño libro, en los “Epitafios sin tumba”, creo que todos los días se salen del libro a buscar difunto, lápida y panteón, por lo que hay que cuidarse porque todavía estamos en febrero, por aquello de que enero y febrero “desviejadero”. Me encantó la definición de ataúd que nos presenta Lomas en su texto: “ajustada trampa de prófugo de la muerte”. 

En “El Sobreviviente”, la esperanza y la nostalgia sostienen la sobrevivencia del calcetín sin su par, ya que lo dejamos guardado en el mejor lugar de nuestra cómoda para que lo podamos recordar todos los días. Nos cuesta un trabajo enorme desprendernos del calcetín que quedó sin su pareja. 

En “Debilidad”, ¿qué manera de matar de envidia a la Muerte? Cuando Lomas dice: “Pido perdón por haberme extraviado este último año en un sueño plagado de besos, abrazos y otras debilidades humanas que mataron de envidia a la muerte”. Creo que por esos sueños no hay que pedir perdón y si a la Muerte le da envidia pues, como decía mi mamá: “En su salud lo hallará”, por envidiosa.

Para iniciar con el pie derecho un día más de vida, es condición indispensable que cuentes con el pie derecho bueno, y Lomas nos dice que ello nos asegurará dar un “Salto filosófico”. Entonces, si tienes al menos un pie derecho en buenas condiciones, no lo pienses tanto, salta de la cama, atrévete a iniciar un día más. 

El “Epitafio en el bosque” no tiene desperdicio: El epitafio rezaba sobre la lápida que compartía con la abuela: “A ESTA CAPERUZA LA ALCANZÓ EL LOBO”. 

Finalmente en “Un ángel en retiro”, nos dice que “Cincuenta años son demasiado”.Pues sí, para alguien que vive al día, sin paracaídas -y creo que sin red protectora-, 50 años no solo son demasiados, son más que la suma aritmética de cada año, porque cada año seguramente lo ha vivido de manera inconmensurable, lo que los hace cualitativamente diferentes. 
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