La paradoja de la elección

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La paradoja de la elección

Ilustración: Alejandro Medina
A mi padre. Siempre en mi corazón.
Eso es bueno, dado que tienes posibilidad de elegir lo que más te conviene, y eso maximiza tu bienestar”.

Creo que se atribuye a Juan Buridán la siguiente fábula: un asno hambriento,  si es colocado frente a dos montones de heno exactamente iguales y situados a la misma distancia, no podrá  ser capaz de decidirse de cuál de los dos montones comer; por tanto, ante tal indecisión, morirá de hambre.

Y si hubiese dos opciones igual de mejores o peores su situación se complicaría aún más. Esta fábula nos dice que ninguna elección es posible si no se halla precedida o acompañada de alguna preferencia,  pero ¿qué sucedería cuando las opciones son casi ilimitadas y las preferencias muy similares unas de otras?
¿Será cierto?

Casi estoy seguro que  la mayoría entendemos que la dicha social es directamente proporcional a la maximización de la libertad personal.

Pero ¿esta idea será correcta? A simple vista, sin mucho análisis,  pareciera que  la respuesta es afirmativa. La razón es simple, debido a que el paradigma en el cual se sustentan las sociedades occidentales tiene una premisa fundamental: la libertad se origina en la capacidad de elección, la cual es buena en sí misma, siendo ésta esencial para el bienestar del ser humano. 

La libertad de elección permite maximizar la felicidad individual; por tanto, una persona, al no estar condicionado por las decisiones de otros, al elegir por sí misma,  se convierte en un ser humano emancipado, autónomo y libre. 

Esta lógica fortalece la creencia que para ampliar la libertad es necesario tener mucho mayores posibilidades de elección. Más opciones significan el engrandecimiento de la  libertad misma. ¿Suena lógico? ¿O no?  Insisto, para muchas personas,  esta deducción es sencillamente incuestionable, pero posiblemente maximizar la libertad para incrementar el bienestar no sea del todo verdadero; tal vez, mayores posibilidades de elección nos llevan a la indiferencia o a la indecisión, y por ende a menores niveles de libertad.

Supermercados y locuras
Imagínate que te encuentras de compras en el  supermercado y recuerdas que tu pareja te pidió una crema y un yogurt, hace algún tiempo la selección hubiera sido sencilla: 2 o 3 opciones de crema y una de yogurt, pero ahora ¿qué opción escogerías? Veamos la propuesta de una sola marca: crema ácida, media crema, crema líquida, línea “light” y crema para batir; y todo esto, claro está, en muy distintas presentaciones y marcas. 
Y en el caso del yogurt puedes seleccionar: tipo batido con sus propuestas clásico, con cereales o light; o  bien el bebible en sus presentaciones clásica o light; o el fermentado con dos presentaciones muy desiguales entre sí, pero igual de eficaces; o yogurt con fibra, o sin grasa,  o qué tal deslactosado, o tal vez sin colesterol; o pudiera ser el que no tiene azúcar, pero que está adicionado con vitaminas; o el licuado con más de 10 sabores diferentes ¿Cuál elegir? ¡Ah! Y para tomar mejor la decisión tenemos para escoger por lo menos 12 marcas distintas (locales, nacionales y globales) las cuales ofrecen propiedades muy similares y que todas proclaman ser la mejor opción; es decir, habría, por lo menos, 180 incomparables elecciones ¿Te sentirías confundido (a)? 
¿No es demasiada libertad de elección para hacer una  simple compra?  

Los expertos opinan

Evidentemente, hay una enorme cantidad de productos que hace complicado cualquier  proceso de selección; en este sentido, cualquier economista diría “eso es bueno, dado que tienes posibilidad de elegir lo que más te conviene, y eso maximiza tu bienestar”; correcto, pero para elegir eficientemente hay que conocer objetivamente la oferta total, y los beneficios comparativos de cada propuesta.

Y haciendo honor a la verdad ¿quién tiene el conocimiento total de la oferta? ¿Acaso mi decisión no se ve subjetivamente influenciada por la creencia de terceras personas que me han comentado, para bien o para mal, sobre tal o cual producto o servicio? ¿Cómo separar la  posible irracionalidad del otro consumidor de la “verdad” propuesta en los productos? ¿Qué, en ocasiones, para elegir, no ligamos el precio con la calidad cuando esta relación no es necesariamente cierta?

La libertad de elección permite maximizar la felicidad individual; por tanto, una persona al elegir por sí misma, se convierte en un ser humano emancipado, autónomo y libre

Menos es más
En relación a este tema Barry Schwartz ha escrito un excelente libro  cuyo título es “The Paradox of Choice: Why More Is Less”,  (La paradoja de la elección: por qué más es menos”) en el cual explica que la magnitud de opciones genera por lo menos los siguientes inconvenientes:
Parálisis 

Cuantas veces no hemos intentado comprar un articulo determinado para terminar renunciando al proceso. ¿Por qué? Pues la colosal cantidad de opciones a la cual nos enfrentamos puede llevarnos a la parálisis. A la incapacidad de decidir debido a que nos sentimos sencillamente abrumados. Y ésta situación deriva, frecuentemente, en la desidia: a mañana  lo compro, para jamás hacerlo. ¿Alguna vez te has sentido así? Este embotamiento ciertamente erosiona el bienestar personal. 
Insatisfacción 

Pero supongamos que pudimos vencer la parálisis, ahora, casi irremediablemente necesitamos superar el sentimiento de insatisfacción por la compra realizada.  Las causas son sencillas: por un lado, siempre tenderemos la duda de si acaso lo seleccionado fue la mejor alternativa; es decir, no dejamos de valorar aquello que renunciamos y eso martilla constantemente no solo la mente, sino inclusive carcome el ego. Esta común situación resta satisfacción a lo que obtuvimos, aún cuando haya sido una selección acertada. Por tanto, a mayor posibilidad de elección, mayor es la posibilidad de arrepentimiento por lo elegido.

El costo de lo perdido
Por otro lado, se encuentra el costo de oportunidad. Las personas valuamos los bienes en relación con aquello con lo que los comparamos. De esta manera,  aquello a lo que renunciamos debe ser siempre de menor valor percibido a lo que adquirimos, pero ¿siempre superamos esa prueba? Veamos un sencillo caso: si estamos de viaje de placer en la playa, y de pronto recordamos que nuestra ciudad está vacía por la época vacacional; tal vez,  estaríamos deseando estar en la ciudad disfrutando de esa tranquilidad que en tiempos normales no tendríamos, bajando así el nivel de satisfacción de estar en la playa. En fin, cuando decidimos hacer algo, escogemos no hacer otra actividad, y eso también suele ser un dolor de cabeza.

Expectativas crecientes
Cuando adquieres un producto, ante tantas opciones, las expectativas de lo que esperas se incrementan considerablemente. Antaño cuando las elecciones eran reducidas ya sabías que esperar. Punto. 

Ahora, por ejemplo, al comprar unos pantalones, esperas escoger la mejor opción, que puede ser muy buena, pero en la mente siempre queda la duda si acaso fue la perfecta selección. Ciertamente compras y te sientes bien, pero tal vez peor que antes, por el hecho de comparar las expectativas con lo adquirido. Es decir, hoy las expectativas de cualquier comprador están mucho más arriba que la mejor oferta de mercado: esta nunca gana, muere en sí misma; por tanto, aún cuando se escogió un buen pantalón, la satisfacción se ve afectada negativamente por nuestras grandes expectativas y por la duda de haber seleccionado la mejor opción.

La avaricia
La insatisfacción gravita en la impresionante ansia de poseer y consumir, inclusive lo imposible, realidad que se alimenta de las infinitas posibilidades de elección que hoy existen, lo cual no nos hace más libres, ni más plenos, sino personas más afligidas y, tal vez,  mucho más infelices como el burro de la fábula. 

Hoy, como nunca,  somos acosados por infinidad de opciones que paradójicamente limitan nuestro bienestar. El mundo actual casi nos permite que hagamos todo lo que queramos, que consumamos todo aquello que nos gusta. Pero es imposible estar a la altura de tan inmensa utopía. 

¿Acaso podemos asegurarnos de experimentar “todo” lo comprable o vivible antes de morir? Creo que no, más bien en este plano, la felicidad estriba en la capacidad de apreciar, todos los días, eso que la vida gratuitamente nos regala.

cgutierrez@itesm.mx