La pesadilla

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La pesadilla

Cansado de la cuarentena, Cándido—con su mascarilla puesta—salió a dar una vuelta por el Centro Histórico de la ciudad, y luego de recorrer varias calles, llegó al mercado Juárez, justo donde se encuentra el monumento a Manuel Acuña, en el lugar conocido por algunos como la plaza de los “huevones”. Caminó en medio de lustradores de calzado, vendedores de billetes de lotería, puestos ambulantes repletos de baratijas, taquerías, etc.

Distraído como era, no reparó en la mujer, prematuramente envejecida, que se le acercó para insinuarle pasar un rato agradable en el hotel que se encuentra a unos pasos del lugar. Cándido declinó el ofrecimiento y siguió caminando, cuando se topó con un pequeño grupo, que a cierta distancia observaba a un merolico que se jactaba en adivinar la suerte.

Como disponía de tiempo, se acercó a probar la suya, previa entrega de unas monedas al pitoniso. Una vez frente a él, el charlatán miró con detenimiento los ojos de su cliente, entregándole un pedazo de papel, donde venía escrito su destino; unos pocos curiosos, luciendo sombrero vaquero, pantalones de mezclilla y botas picudas atestiguaban la escena. Cándido, haciendo de lado la sana distancia, fue a sentarse en una banca en la cual charlaban amenamente dos parroquianos, disponiéndose a leer su destino.

“Te acechan grandes tragedias, debes estar prevenido; fortalece tu cuerpo y tu espíritu”. Regresó a su casa, y por la noche al preparar la cena, recordó estas palabras, poniendo atención en la parte corporal del mensaje, ya que se despachó dos platos grandes de asado de puerco, acompañados de unos frijoles refritos, sin faltar unas suculentas tortillas de harina.

Como resultado lógico de lo anterior, batalló para dormir y al hacerlo lo asaltó una pesadilla. Soñó que su espalda se doblegaba ante el peso de dos grandes losas; la primera de ellas tenía inscrita las siguientes palabras: “Deuda bancaria: Deuda eterna”. Y un poco más abajo con letras pequeñas aparecía la siguiente inscripción: “Cortesía del Gobierno de la Gente. 2005-2011.”

En penumbra, en lo que aparentaba ser un estudio de televisión, aparecía la imagen de Lalo Aguirre, el “Pitarreo”, quien se dirigía a la audiencia diciendo: “Pueblo de agachones”. Ante tan terrible visión, Cándido se revolvía en la cama con el cuerpo plagado de sudor. Haciendo un esfuerzo se incorporó del lecho, y dirigiéndose a la cocina tomó un poco de agua, volviendo a retomar el sueño.

Al poco tiempo la siniestra visión volvió a perturbarlo. La segunda losa que debía cargar ostentaba el siguiente mensaje: “No hay vacuna contra el COVID-19 en tu futuro, tu destino es ominoso, a ver cómo le haces”. En la parte inferior, aparecía una inscripción. “Gobierno de la 4T. 2018-2024(?)”.

Aquella doble carga era aterradora, y en medio de tan diabólica pesadilla, se escuchó una voz cavernosa: “Estás pagando tu doble pecado; el primero, por arrastrado y condescendiente con quienes endeudaron al estado por 520 años, y la segunda condena es en castigo a tu increíble ingenuidad y pendejez, al haber votado y confiado en un gobierno que está manejando el país y la pandemia con las patas. Cándido, tu suerte está sellada; el “Pípila” se quedó corto ante lo que te espera”.

Despertó presa de pánico, su corazón latía con fuerza, sudaba copiosamente, sus labios resecos requerían un poco de agua con urgencia y sus ojos estaban enrojecidos por la falta de sueño. Luego de darse una ducha, se preparó un café.

Hojea el periódico y dos noticias acaparan su atención. La primera señalaba que de acuerdo al ritmo de amortización de la deuda estatal, deberán transcurrir 520 años para saldarla en su totalidad, lo que significa que más de 20 generaciones soportarán esta carga.

La segunda notica era una estimación optimista, según la cual el gobierno tardaría más de cinco años en vacunar a toda la población contra el COVID-19. Cándido da unos sorbos a su café, con el pulso vacilante enciende un cigarrillo, y al observar el humo difuminarse en el aire, siente que su vida también se va diluyendo.

Piensa para sus adentros: “No la vi venir, debí haberme registrado en Morena o darme de alta en los “Servidores de la Nación”, así ya estuviera vacunado. También aprendí que los políticos son peor que los merolicos”.