La responsabilidad del Estado y el camino al 1 de julio

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La responsabilidad del Estado y el camino al 1 de julio

El concepto responsabilidad se define como la capacidad que se tiene de preveer y de asumir las consecuencias de las acciones realizadas. Esto va para quien sea; particulares, organizaciones, instituciones y el Estado. Así que lo que hoy vivimos en México, en materia económica, política, social, medioambiental, educativa, energética, entre otras dimensiones, tiene un responsable y se llama el Estado. Porque el motivo por el cual existe el estado es asegurar el bonum comune y garantizar seguridad a sus ciudadanos. 

Como bien lo sabe, no se ha velado por el bien común; corrupción, impunidad, violencia, encarecimiento de precios en todos los órdenes, es lo de todos los días. En cuanto a garantizar seguridad a los ciudadanos, basta con ver el gran cementerio en el que se ha convertido nuestro país en el sexenio anterior y en el actual. Un panorama dramático de irresponsabilidad. Siempre, el vértice del organigrama, debe de asumir responsabilidades. Probablemente ni siquiera se han planteado el lugar que ocuparan en la historia y eso es preocupante. Un estado rebasado en todos los sentidos.

El proceso electoral que vivimos es el reflejo del desgaste y agotamiento del Estado Mexicano, donde se observa el deseo de empañar, de complicar y de confundir porque sienten que es poco menos que posible asegurar la continuidad. Con la complicidad de los medios siguen confundiendo a la sociedad mexicana que tiene muy pocos elementos para poder analizar objetivamente que es lo que más le conviene como autoridad en el futuro inmediato. El divide y vencerás sigue siendo la estrategia. Los costos ahí están, una sociedad que se va polarizando en la medida en que se acerca el 1 de julio.

Celebramos elecciones en medio de una sociedad cansada, agotada y estresada; por lo que el mismo estado ha provocado, por sus políticas públicas mal implementadas, por el descontrol social, por las “reformas” sancochadas, por el exacerbamiento de los medios, por la pobreza generalizada, por la violencia institucionalizada y que cobrará factura de una forma o de otra. Al menos, en cuanto a la división social poco a poco lo van consiguiendo. Lo que se siembra se cosecha, no puede ser de otra forma. Esperemos no sea así. Esperemos que la sociedad de alguna forma deje de ser imagen y semejanza de un estado incapaz de asegurar paz y orden social.

Turbio se ha tornado el panorama, pero hay quien le apuesta a esos escenarios, probablemente el mismo estado. Esperemos no se lamenten del vacío y la falta de asumir su rol de responsable del orden social y éste, evidentemente, no se logra con el palo y el garrote.

La consecuencia, de este vacío ha sido el deterioro de la imagen del servidor público, dicho de otra forma, el desencanto y la desconfianza de los ciudadanos es mayúscula. Codicia, ambición desmedida, impunidad, mimetismo, doble discurso, descaro y falta de sensibilidad se han convertido en la práctica habitual e insisto “normal” de quienes se ha enquistado en el servicio público y por ningún motivo quiere renunciar a él. No se confía en los políticos y como consecuencia en la política por los altos niveles de corrupción y de impunidad, por los altos sueldos que perciben y por el encono social que éstos han generado en la población. 

¿Conviene a los políticos y al Estado que las cosas sean así? ¿Habrá conciencia de que este tipo de comportamientos no le vienen bien a su permanencia y al desinterés del pueblo en relación con la política? ¿Le apuestan conscientemente los partidos a la mala fama pública para sacar ventaja de cualquier índole de manera especial la económica? ¿Les viene bien que se hable mal de ellos? ¿Se crea un manto que los protege cuando la gente se desencanta y desilusiona? 

Luego, en el área que corresponde al proceso electoral, con candidatos que han basado sus campañas basadas en ataques, mentiras y falta de un discurso lógico-argumentativo se ha convertido en todo un problema para la ciudadanía saber a quién elegir. 

En la recta final de la elección espérese nuevas sorpresas, por supuesto, no sobre programas de gobierno o propuestas para sacar al país por la ruta del progreso; sino sorpresas que tienen que ver con las descalificaciones y los pecados de los candidatos. Si quieren un proceso limpio, actúen con limpieza. No le abona a nada, socialmente, el comportamiento grotesco, irónico y chismoso de los candidatos. Es lamentable lo que vemos y oímos de diario. Discursos de muy bajo nivel, que nada tiene que ver con el tema político. Han confundido el templete con la Procuraduría completamente. 

El tercer debate fue el mejor ejemplo de la falta de ideas y de imaginación. La estrategia se redujo a nadar de muertito, falta de argumentos, mentiras, faltas de respeto, insultos, descalificaciones, bravuconadas, en fin. Que alguien les diga los mensajes que mandan a la sociedad en general. Por supuesto no les interesa. Pero lo peor no se dan cuenta del encono y de la confusión que siguen creando en los electores a unos cuantos días de la elección.

La mediocridad de sus propuestas, la falta de coherencia entre lo que dicen y hacen y el deseo de agradar a sus seguidores se han convertido en los ingredientes principales de las campañas. Que complicado nos lo han puesto a los electores, porque en su afán de aclararnos el panorama, siguen bajando el ánimo y el compromiso que muchos en éste país tenemos con la democracia. 

Éste es un llamado a la responsabilidad al Estado Mexicano, a los candidatos a los cargos de elección popular que están en disputa, a las instituciones en el país para no enturbiar el escenario del 1 de julio de 2018.