La Revolución institucionalizada Vol. 2

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La Revolución institucionalizada Vol. 2

Por favor, olvide todo lo que dije en la pasada entrega respecto a los beneficios de obviar el descanso en los días festivos para reacomodarlos junto al fin de semana, en aras de la productividad y un mejor descanso para toda la clase trabajadora mexicana.

Todo se va al cuerno si nuestras autoridades educativas se obstinan, se obcecan, se empeñan, se amachan, se emperran y se empecinan en celebrar el tradicional desfile conmemorativo el mero 20 de Noviembre, justo el día que se buscaba preservar como laborable.

La autoridad docente (“¡No’mbre, unos genios!”) programó el evento este año en el mero ombligo de la semana (porque ni modo de desfilar el día de asueto) desquiciando el tráfico de ésta y todas las ciudades, lo que supone el desperdicio de millones de horas productivas y que, de pilón, los chiquillos pierdan una jornada extra de clases (que por ellos, encantados de salir a echar relajo, a menos que me equivoque y ya la juventud actual prefiera estar en el aula, con tal de tener cerca alguna red de wifi).

El tradicional “Desfile Deportivo” (claro, porque nuestros próceres eran campeones en sus respectivas disciplinas: Obregón en lanzamiento de brazo; Carranza, apuñalamiento por la espalda; Madero, relevos cortos presidenciales, etcétera) tuvo una duración este año, según me informan, de aproximadamente ¡dos horas y media!

Dicho sea con todo respeto: Mis sinceras condolencias para los que tenían que llegar al baño y se quedaron atrapados en el tráfico viendo pasar Panchos y Adelitas (o “Adelites y Panches”, como exige la corrección vigente) entre tablas gimnásticas al ritmo del reggaetón.

De regreso al tópico que nos ocupaba, la Revolución Mexicana y su engendrito tóxico, el chico migraña de la política nacional, el PRI, decíamos que, a diferencia de lo ocurrido en diversos países de América Latina (es el sello de la casa) y tantas otras latitudes del mundo, en que un caudillo se aplasta en la silla presidencial y luego, cual napoleones de cuarta, se asumen emperadores, desarticulan cuerpos parlamentarios, fusilan a la oposición, se declaran gobernantes vitalicios y se casan con sus hermanas, en México no ocurrió esto gracias al Revolucionario Institucional.

Sí, yo también me “sosprendí” reconociéndole algún mérito a la divisa “tricolorts”, pero en honor a la verdad, el RIP fue lo único que evitó que acabásemos como alguna dictadura africana o sudaca, con un “Mico Mandante” eternizado en el más absoluto poder, más enloquecido y radicalizado con cada año que pasara pedorreando la Silla.

Pero no, el partidazo de la Revolución burocratizada, como ya dijimos, cobró autoconsciencia (como hará la Inteligencia Artificial antes de aniquilar a toda la raza humana) y entendió que un régimen autocrático, unipersonal, está a todo dar, hay privilegios sin límite (obvio, siendo parte de la corte) y no hay necesidad de estarse refrendando en el poder a cada tanto, si acaso hay que montar la pantomima electorera de vez en vez. Pero el sistema dictatorial entraña demasiados riesgos, a saber: su duración máxima es la vida del dictador y a veces “lo mueren” joven y comienza una nueva lucha por el poder. Y si muere viejo y deja un sucesor, suelen ser unos papanatas a los que más rápido que antes se les sale todo de control. Además el poder es un enervante cuya larga exposición mata muchas neuronas y los dictadores acaban locos, como ya dijimos, cometiendo aberraciones como nombrar cónsul a su caballo (o casándose con él).

Pero no el viejo y confiable PRI. Si algo hemos de reconocerle al partidazo es que rápido agarró la onda y para preservar el statu quo el mayor tiempo posible, decidió rotar invariablemente la figura presidencial, sin posibilidad de reelección bajo ninguna circunstancia, absolutamente nunca, jamás, never.

Y aunque al Presidente jamás lo elegimos realmente, sino el mandatario antecesor, esta pequeña farsa democrática con rotación de personal en el Ejecutivo, hizo toda la diferencia.

Claro que no evitó el hartazgo ciudadano. Todo mundo aborrecía y aborrece al PRI (a menos que vivas de él), pero sí funcionó como única válvula de escape (ya que ni prensa libre, ni libertad de expresión gozábamos). Tener el consuelo de que hasta al Presidente se le acababa su veinte luego de un rato, nos mantuvo de pie como nación.

Con cada sexenio, obvio, algunos caían mejor parados que otros. Y cada Presidente tenía sus favoritos. Otros definitivamente podían caer en desgracia de una administración a otra. Pero el orden, el establishment, prevalecía en lo general y había continuidad para una clase privilegiada formada por un puñado de familias y sus incondicionales, todo gracias a que oportunamente se le puso tiempo límite al paseo en la sillita voladora.

El Presidente en turno podía despacharse con la cuchara grande, apapachar a sus allegados, hacer y deshacer siempre y cuando no coquetease nunca con la idea de reelegirse. El último que le hizo guiños a la reelección fue Álvaro Obregón y nadie evitó que se lo despacharan antes de traicionar el máximo ideal político que enarbolaba el movimiento armado para el cuál luchó y del que venía saliendo el País, luego de un saldo de un millón y un quinto (su brazo) de muertos: La No Reelección.

De manera que, lo que un dictador habría consumido aceleradamente en sus años de vida, el PRI lo vino dosificando a lo largo de las décadas, hasta casi completar el siglo. Por supuesto, no por un sentido humanista en el ejercicio del poder, sino para que a esa élite de la que hablamos le durase su ensueño idílico-político el mayor tiempo posible, mismo que aún está lejos de concluir.

Y pues, todo lo anterior a propósito de que esta semana conmemoramos ese extraño movimiento de lucha armada que en la escuela nos dijeron que fue como los Superamigos contra las Fuerzas Porfirianas del Mal, pero que en realidad fue una asquerosa rebatinga de todos contra todos por quedarse con todas las canicas.

Eso y que tenemos ahora, por tiempo indefinido como residente distinguido y huésped de honor en México, al camarada presidente depuesto, Evo Morales, ejemplo perfecto de lo que ocurre en un país que no tiene la gracia de contar, como nosotros, con una Dictadura Perfecta, como la que generosamente le proveyó a México el hijo prodigio de la Revolución, el funesto PRI.

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