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La risa, remedio no tan infalible
Se cuenta que en el siglo 3 a.C. ocurrió un extraño suceso que involucra al filósofo griego Crisipo de Solos: Amante de los animales, Crisipo dio a su burro una generosa porción de vino. Ya briago el animalito quería también botana y comenzó a hacer penosos esfuerzos por comerse unos frutos. La escena le pareció tan chusca al filósofo que estalló en carcajadas y con él su corazón. El padre de la Gramática literalmente murió de risa.
Es obvio que a Crisipo le hacía falta Netflix, pero haciendo a un lado esta anécdota histórica podemos afirmar que la risa es saludable -¡cómo no!-. Se le atribuye cualquier cantidad de propiedades terapéuticas y, aunque hasta ahorita no ha evitado la muerte de nadie, debe ser preferible recibir a don Patitas de Cabra con una sonrisa que sumido en la depre gacha.
Pero como cualquier otro aspecto de la consciencia humana, el sentido del humor tiene niveles, se desarrolla con los años y el acervo de cada persona, se cultiva o de lo contrario se atrofia y queda en un estado pueril. De allí que podemos distinguir a la gente pensante de los simplones según lo que les provoque risa.
Elaboré una escala con valores numéricos que intenta representar los diferentes estratos del humor. Esta lista por supuesto no es exhaustiva, escapan muchos nombres importantes (Chaplin, Benny Hill, Mel Brooks, Les Luthiers o los Simpsons), sólo tiene el propósito de ayudarnos a distinguir los diversos niveles del humorismo, del más estúpido al más excelso. Y dice:
0.- La Risa en Vacaciones. 1.- Jorge Ortiz de Pinedo / Eugenio Derebez. 2.- Chespirito. 3.- La Carabina de Ambrosio (con Cesarín o el Gualas). 4.- Polo Polo. 5.- Cantinflas (sus primeros trabajos). 6.- Billy Burr (o al gusto: George Carlin, Louis C. K o Louis Black). 7.- Las (buenas) comedias de los hermanos Coen. 8.- Mi Biblia, es decir, la revista MAD. 9.- Los textos de Woody Allen y 10.- Monty Python
Y nadie debe preocuparse si alguna vez se solazó con algunas de las propuestas catalogadas con ínfimo valor. Preocúpese en cambio, si no conoce ninguno de los nombres de la quinta posición en adelante. En dado caso sí le invito a que se replantee seriamente su existencia.
La risa, si es provocada por un pastelazo, pues bienvenida. Quizás nos aligere el espíritu y ablande nuestras tribulaciones por un rato, pero no es en absoluto edificante. Y así como -en teoría- estamos obligados a cultivarnos intelectualmente (“¡Está bien que te guste Espinoza Paz, mi’ja, pero dámele una oportunidad a los tangos de Piazzolla!”), deberíamos también abrevar de fuentes humorísticas más elevadas.
En otras palabras, su responsabilidad de cultivar un sentido del humor crítico y constructivo es la misma que tiene de educarse en cualquier otro aspecto de su vida (literario, gastronómico, musical, cívico). Claro, dicha obligación es sólo retórica, ya que ninguna ley nos conmina a repudiar la mediocridad. Es, digamos, una obligación moral.
Así, también con el humorismo que de acuerdo con un arbitrario criterio, también por mí establecido, debe cumplir tres requisitos mínimos:
A).- Debe ser constructivo: Debe ayudar al individuo a reflexionar sobre su propia naturaleza, el sentido de la vida, aportar una mirada crítica sobre la sociedad y el gobierno, ponerlo en una perspectiva distinta y ayudar a la empatía.
B).- Debe ser aliado de la verdad: Aunque se valga de la farsa o planteamientos hipotéticos, debe ayudarnos en nuestra comprensión del mundo real. Completamente reprobable hacer humorismo para una causa vil, al servicio del poder o como excusa para difundir una mentira.
C).- Debe ser divertido: Parece redundancia, pero es lo más difícil: No importa lo profundas que sean las reflexiones ni lo elevado del discurso, si no se presenta de una manera original, sorpresiva e irónica, no cuenta como humorismo. Ahí está lo difícil: Detonar la risa y provocar la reflexión. Eso es hacer humor inteligente.
Amo el humorismo porque me parece una de las maneras más refinadas, complejas, agudas, perspicaces y efectivas de la comunicación humana.
Es una forma legítima de interpelar al poder y a quienes lo detentan, incomoda mucho a los tiranos y por ello es perfecto, como siempre lo he dicho, para traerlos de regreso al plano humano y hacerles ver lo ridículo que es el haberse encaramado en un pedestal.
A los caciques les irrita (y preocupa) mucho que se propague un chiste de ellos porque hace que los vasallos le pierdan el temor y, sin temor, no hay control.
Sin embargo, no es el humor una panacea: Si bien nos ayuda a hacer catarsis, constituye apenas un punto de reflexión inicial para lograr un cambio. Pero hacer un chiste no significa ser libre, estar emancipados ni mucho menos. Una avalancha de chascarrillos, memes, cartones, sátiras y comentarios chuscos no va a derrocar a un mal gobierno, no obstante, dicho alud es un requisito imprescindible en una sociedad lo bastante madura como para derrocar a esos gobiernos indeseables.
Amante como soy del humorismo, quería contarle algo que no me provocó la menor gracia, pero agotado este espacio, tendrá que ser en la siguiente columna. Mientras tanto ría por favor (nos sobran burros en la política y el servicio público para divertirnos), pero cuidando siempre que no le estalle el corazón.