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La verdadera cara de El Loco
El cliché de la sátira dicta que los locos (personas con delirio esquizofrénico) coexisten en un centro psiquiátrico de manera anarquista aunque armoniosa.
Se les retrata deambulando por allí, en bata o camisa de fuerza, atrapado cada uno en su propio mundo interior, actuando como personajes de una virtual realidad individual.
Como herencia de aquellos días en que se comenzó a estudiar con seriedad la mente, lo más común es representar a los locos asumiendo la personalidad del conquistador Napoleón Bonaparte (porque el delirio, cuando no es de persecución, es de grandeza).
Y se les caracteriza ya sea con el atuendo completo (algunos suertudos incluso acompañados de una Josefina), o con su bicornio (el sombrero atravesado de dos alas recogidas) hecho de periódico.
Pero no, los locos de verdad por desgracia no nos dan señas tan reconocibles como para mantenernos a una sana distancia de ellos.
Todo lo contrario: Los locos son más que simpáticos, carismáticos. Son seductores y poseen de hecho un gran liderazgo. Ya ve, la cantidad de sectas que ha fundado cada loco, desde Jim Jones (Guyana 1978), David Koresh (Waco, Texas 1993) o AMLO (Morena y los pejezombies).
Pero muy pocos, en realidad casi nadie, podría decir que a estos especímenes les patina el coco, porque contagian con su delirio a las masas, ya que el individuo común es muy proclive a dejarse arrastrar por cualquier quimera en tanto la comparta con otros. Mientras no sea el único que lo crea, un sujeto puede llegarse a tragar cualquier embuste (¡saludos, cristiandad!).
Y una vez influyendo en las emociones de la gente, nada tiene que hacer la razón o el sentido común. El loco, por extraño que parezca, tiene buenas posibilidades de convertirse en monarca de un rebaño de simplones.
La mezcla de locura y liderazgo tiene siempre, siempre, siempre un trágico desenlace, porque equivale a poner la fuerza de un millón de brazos al servicio de un cerebro en corto circuito.
Y como suelo decir: La Historia no se cansa de demostrárnoslo.
Mucho me han preguntado por qué no me he pronunciado a favor de la causa de los maestros de Coahuila, que en fechas recientes han visto vulnerados seriamente sus derechos laborales, lo mismo que han visto peligrar la tranquilidad de su futuro.
Si alguien ha pagado caro el moreirato es sin duda el gremio magisterial, que desconoce la suerte que tuvo su fondo de pensiones y que al día de hoy no le curan un resfriado en esa clínica de la que tanto se ufanaban de contar entre sus prestaciones.
Un columnista consciente, sensato y sensible ya se habría manifestado a favor de la causa docente, dado que ésta es justa a todas luces… ¿verdad?
Lo cierto es que me resulta difícil simpatizar del todo con la resistencia del profesorado, toda vez que ellos (no hablo de individuos en lo particular, sino en su calidad de gremio) fueron una fuerza decisiva para la instauración del régimen infame que actualmente nos desgobierna.
Los teachers, en bola, alzaron en hombros al loco aquel y lo sentaron en el trono, y le otorgaron cetro y corona a cambio de un montón de privilegios para el sindicato así como de incontables favores individuales.
Los profes durante el Moreirato Temprano, (el reinado de Humberto Primero, El Loco de la Danza) gozaron de permisos, licencias, trabajos fuera del aula (es decir, huesos), toda clase de prestaciones y prebendas, bonos y por si fuera poco, un ridículo y orgiástico festejo cada Día del Maestro en el que lo de menos era el desayuno frío, o el artista traído directamente del Canal de las Estrellas. En aquellos ágapes multitudinarios se rifaban desde enseres domésticos hasta autos y casas.
¿De dónde pensaban los profes que se estaba costeando tanto cariño? ¿En qué país pensaban que vivían para creer que nadie iba a pagar semejantes facturas? ¿Qué acaso nunca consideraron que a ese ritmo el sistema es sencillamente insostenible? ¿Nunca sospecharon que esos millones eran meros distractores para que nos escamotearan los miles de millones?
Nos lo gritaba la razón, la sensatez y el simple sentido común. Pero la verdad me apena que nadie en aquel entonces haya levantado la voz para apelar a la cordura.
Y más me apenan al día de hoy, que plañen porque les quitaron lo que era legítimamente su patrimonio y se los catafixiaron por una vulgar borrachera sexenal. Y hoy no sólo tienen una cruda espantosa, sino que descubren que además pagaron por todos los tragos y que los más vivos huyeron con las botellas más caras al extranjero.
¡Carajo, profes! ¿Qué nadie se dio cuenta a tiempo de que su redentor estaba más que loco, completamente orate? Si no lo supieron ver a tiempo o si a sabiendas de ello lo encumbraron a cambio de cualquier favor sin importarles nada; si fueron invitados de honor en aquella pachanga obscena, hoy es justo que compartan una porción mayor de ese amargo pastel llamado Megadeuda.
Como experiencia, queridos maestros, aprendan a diferenciar: En la farsa los locos se visten como Napoleón, en el mundo real se comportan como auténtico dictador.
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