Las brujas en el bosque

Usted está aquí

Las brujas en el bosque

A las mujeres se les ha perseguido a lo largo de la historia entre otros argumentos, por la práctica de la brujería. Pero ahora no hablaré de las brujas que viven en Saltillo, Nadadores u otros pueblos, a quienes acuden políticos, seres en desdicha amorosa para hacer que el mundo siga sus órdenes, o para hacer pagar a quien se niega a responder a sus designios.

Primero, hablemos de las implicaciones de la palabra. Así, veamos que el significado de brujo o bruja en el Diccionario de la Real Academia Española, refiere a quien es embrujador o hechiza; a quien es falso y fraudulento; a la persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo; a un hechicero supuestamente dotado de poderes mágicos en determinadas culturas; a una mujer fea y malvada que tiene poderes mágicos y que, generalmente, puede volar montada en una escoba; a una mujer que parece presentir lo que va a suceder.

Casi al final de estas definiciones, en el diccionario se muestra la palabra lechuza. Y recuerdo que me enseñaron a temer a las lechuzas, seres magníficos y albos que se desplazan durante la noche preferentemente. Una vecina de mis padres fue muy clara: cuando veas a una lechuza volando y pararse en un pinabete, ten cuidado es una bruja y querrá llevarte. Eres una niña y a las brujas les gusta comer niños. Así que solo me bastaba ver atravesar el cielo a un sonido de plumas blanco, para entrar sin tardanza a casa.

Nunca vi a una bruja, pero escuchaba hablar de ellas. Y menos vi a un brujo.

Michelet refiere términos cuantificables en su libro Bruja, y dice que si bien, hay brujos y brujas, en términos numéricos han sido mayores las brujas.

Hablamos de la naturaleza, de la edad media y el surgimiento de la mujer –sigo con Michelet-. En aquel tiempo la mujer logra asomar cabeza luego de haber permanecido en una posición poco elevada. Es cuando de vivir en casas donde convivían seres humanos y rebaños, se pasa a la vivienda con habitaciones solo para humanos. Es allí, cuando el hogar conformó una familia como la conocemos, cuando los cuerpos se convirtieron en cuerpos con almas.

Cuando en Basilea, 1527, Paracelso quemó toda la medicina, declaró no saber nada fuera de lo que había aprendido de las brujas”.
Jules Michelet

Desde allí la mujer se forma sus espacios. Imagina y sueña. En su habitación que la resguarda de los contrastes e inclemencias del tiempo, y que sobre todo la mantiene virginal y pura, en el silencio se hace de pertenencias como el cofre, una rueca y un cofre. Al hilar, genera mundos. Conversan madres hijas y abuelas.

Así inician lo que Jean Franco, en otro momento, ha nombrado como una conspiración, su libro tiene un nombre sugerente: Las conspiradoras. Es una lectura aclaradora.

En otros momentos las mujeres salen al bosque. Navegan entre ser nombradas hadas o brujas.

En la naturaleza encuentran un campo de experimentos. Conocen con base en prueba y error, los secretos y beneficios de las plantas, como todo hombre de alquimia o ciencia lo hizo y hace.

Las mujeres juntas y en el bosque. ¿No es una idea sugerente y peligrosa? Lo era y es para el orden social establecido. Saldrían acaso hartas del chismerío generado en las villas y pueblos, a tener un espacio para ellas solas libre de revisiones, alejadas de lo que se esperaba y pensaba de ellas.

Y en el bosque surgen los rituales, los conjuros. ¿Y qué es un conjuro sino restituir el valor y el poder a la palabra, ese valor germinador que hemos dejado de ver?

Por lo que a mí respecta, me quedo con la mujer bruja, con la mujer despierta. Y con el hechicero, quien es también otro ser despierto. 

claudiadesierto@gmail.com