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Las cosas no suceden solas…
En México hablar de cambio es tabú, aunque sea la palabra favorita en las campañas y en las arengas políticas. El sistema político mexicano está concebido para impedir cualquier transformación que represente un riesgo a su sempiterna existencia. Tuvimos dos momentos de alternancia en el poder Ejecutivo federal y no obstante, el control permaneció vía Congreso de la Unión en manos del priato y sus adláteres. Los grupos fácticos siguieron representados, no se alcanzaron los equilibrios institucionales y se mantiene hasta la fecha el peso desproporcionado del Poder Ejecutivo sobre los otros dos poderes. Hablar de transformar a México provoca pánico, desdén o burla, aunque la realidad lo invoque a gritos. ¿Qué tenemos?, corrupción e impunidad a la alza, politización de la justicia, desigualdad salarial y marginación estrujante sin perspectivas de solucionarse. No hay consenso social, hoy más que nunca el país se encuentra dividido, incluso hay quienes acicatean esa desvinculación, la alimentan con la monserga electorera del “aquí están los buenos y allá todos los demás y son los malos”.
Me parece que estamos necesitando a un líder disruptor, con talento, sin miedo y sobre todo sin complejos, porque es frustrante estar siempre pensando en lo que podríamos ser y quedarnos en el “ya merito”. ¿Qué es disrupción? De entrada le comparto que no es una palabra nueva, pero hoy está cobrando fuerza. Se le define como: Separación forzada o división en partes, con frecuencia causada por una ruptura. La palabra ruptura es la clave, hay ruptura cuando se rompe con todo lo anterior y se fuerza una situación que le dice adiós al status quo. México necesita romper de una vez por todas con la rigidez brutal de un sistema arcaico, inadecuado, lejano absolutamente de una realidad que no le importa y por ende no quiere resolver. En el ámbito empresarial cuando se habla de disruptores, se refiere a aquellos que rompen paradigmas, que quieren la innovación.
En el ámbito político mexicano se requiere un disruptor. El papel de un gobierno comprometido con la sociedad que lo mantiene $$$$, tiene la obligación de promover a los disruptores, no de obstaculizarlos.
Un gobernante para estos tiempos necesita rodearse de personas con ideas desafiantes, que cuestionen, que pregunten, que propongan cosas que no se han hecho por miedo a perder el control, que es lo que ha pasado en nuestro país. Necesitamos líderes que por principio tengan los pies bien puestos sobre la tierra, que sepan escuchar, que sean incluyentes, que sepan estudiar tendencias, explorar el futuro, asumir desafíos, correr riesgos, olfatear oportunidades, que no se conformen con lo que ya está hecho y se echen a pastar el éxito. Ponga atención, estimado lector, al discurso de los aspirantes a la Presidencia de la República, hay propuestas recalentadas, respuestas que saben y huelen a rancio, ideas que se mueren de añejas y ocurrencias amargas, deséchelas por favor.
Vivimos en una democracia tan absurda – lo leí en algún lado – que permite a enemigos declarados tener presencia en las instituciones de gobierno y vivir de los recursos de la nación que destruyen todos los días con su bandidaje y con su soberbia. Hoy, lo más cobarde que un mexicano puede hacer es continuar con el seguidismo, cerrar los ojos o simplemente volver la vista hacia otro lado y fingir que todo está bien. ¿Con qué cara podremos enfrentarnos en el espejo y sobre todo, cómo vamos a explicarles a nuestros hijos y nuestros nietos nuestra falta de coraje para actuar con responsabilidad en contra de un statu quo ya insufrible?
El patriotismo no está en desuso ni es cursilería, tenemos que darle vida a la salvación colectiva. La autocrítica es indispensable para rectificar camino. Se lo debemos a México, nos lo debemos como personas, como miembros de una comunidad, como ciudadanos, como mexicanos. México necesita un presidente sin complejos y sin poses de Tlatoani, sin ataduras a lo que ya sabemos que no funciona. México necesita un presidente que no se atreva siquiera a demandar sumisión de Diputados y Senadores, sino que los conciba como lo que son, representantes del pueblo, y que aprenda a escucharlos y a trabajar en coordinación con ellos. Necesitamos que ya funcione la división de poderes y para ello tenemos que enterrar el presidencialismo de una vez por todas.
¡Pero del cielo no nos va a caer!