Las diferencias

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Las diferencias

En el tema de la educación, en nuestro país caben muchas consideraciones que están profundamente enraizadas en la situación particular de cada comunidad, de la posición y actitud de los padres de familia y las de los propios estudiantes.

El establecimiento de mecanismos de orden general no ofrece nunca iguales resultados en todas partes. No es lo mismo pretender utilizar las mismas pautas de trabajo para los centros urbanos, que para las comunidades rurales. El entorno social y geográfico es elemento insoslayable en la formación de los estudiantes. 

Las sierras de Oaxaca, las de Chiapas o Guerrero viven condiciones diametralmente distintas a las de las urbes. Pretender que el conocimiento sea accesible y con igualdad de condiciones en tan dispares lugares geográficos y sociales, de acuerdo a normas generales, no generará los resultados deseados.

Recuerdo una estancia en Oaxaca hace unos años. Con todo el material preparado, nos reunimos un grupo de catequistas en la escuela de un lugar en lo alto de la sierra. Lo más cercano era una comunidad distante seis horas a pie. Los días de “enseñanza” iban muy bien mientras no existiera una condición que interrumpiera las sesiones. Si se llegaba el momento de la cosecha, ni un solo niño asistía a nuestras clases. Regresaban todos en los días siguientes cuando ya no eran necesarias más manos en el campo. Este cuadro se repite aún en la actualidad en las zonas rurales de nuestro país.

Y si ello es así en el ámbito nacional, pensemos en lo que ocurre en los ámbitos particulares, el aula y sus estudiantes. Falta trabajar mucho todavía en un tratamiento especial a los casos de alumnos que son distintos a la generalidad del grupo: aquéllos que tienen déficit de atención o presentan dificultades por discapacidad e incluso los de inteligencia más alta que el promedio. 

En lo general, porque sus excepciones a celebrar las hay, el sistema no ha sido capaz de que en clase se entiendan las diferencias de estudiantes que no coinciden con el supuesto padrón general. Hace poco, una maestra me comentaba que, estando ella vuelta al pizarrón, fue atacada por una niña, quien le propinó un golpe por la espalda. No era el caso, me dice, separar por supuesto a la niña. Pero sí de que tuvieran ella y sus papás una atención mucho más personalizada.

Niños como el caso de esta pequeña indudablemente requieren de acompañamiento personal. De igual manera, atención los que tienen problemas de discapacidad motriz y visual. Cabe preguntarnos aquí: cuántas de las instituciones educativas están preparadas, físicamente, para recibir a estudiantes con problemas de desplazamiento o de visión.

Señalamientos, rampas, mobiliario, las adecuaciones necesarias en los espacios. Todo ello requiere de atención y mantenimiento. Escuelas incluyentes, escuelas que permitan que el conocimiento sea transmitido de manera equitativa. 

Las ciudades modernas, civilizadas, se distinguen por la atención a la totalidad de sus habitantes. Las escuelas, donde se genera la llama del saber, deben ser modelo de una integradora inclusión que no se quede en los discursos, sino en las obras concretas.

Un solo estudiante con discapacidad en una escuela debe ser tratado especialmente con respecto al resto. Así, la tarea de establecer las condiciones adecuadas es una obligación.

Lo “moderno” ahora es en el discurso estar de acuerdo en todas las consideraciones antes señaladas. Lo ético es hacer algo por que todo ello se realice a favor de las personas que enfrentan dificultades motoras o visuales. 

La tarea corresponde no en exclusiva a la autoridad. Se trata de un asunto que le compete a ella y a la sociedad en su conjunto: incluidos padres de familia y estudiantes, cada cual en su esfera de acción. Es doloroso constatar cómo, cuando los maestros solicitan trabajos en equipo, hay quienes se abstienen de aceptar en ellos a los alumnos con algún tipo de discapacidad. Son maestros y alumnos, también, los que deben estar conscientes de que la inclusión empieza desde las actitudes que destierren el egoísmo y la falta de solidaridad.

Si la escuela es la semilla donde comienza todo, podemos entonces desde ahí asegurar a la sociedad en sociedad.