Las rendijitas del tiempo

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Las rendijitas del tiempo

¿Qué significará soñar con los hijos -ya grandes todos- cuando estaban chiquitos? ¿Será que me estoy muriendo? Como le sucedió a Buñuel al soñar a las suyos poquito antes de su último suspiro.

Chinelas, el domingo que me encontré al Anaya, ¿cómo no le conté de ese sueño recurrente que me persigue desde hace varios días?

Les platico: Ayer soñé con Rodrigo -a punto de cumplir en este octubre sus 38 años- sentado en el piso de su cuarto de cuando era niño imbuido en la construcción con alambritos y otras chunches, de una que parecía caseta de las antiguas estaciones de radio.

A lo mejor tuvo qué ver en esto una de las frecuentes pláticas que tengo con mi amigo Gustavo M. de la Garza O., creador del famoso Radio Beep, del cual emergieron los diabólicos gadget de hoy en día que se adueñan cada vez más de nuestras vidas.

En el sueño, al advertir mi presencia curiosa, Rodrigo me mostraba orgulloso su artefacto y se sonreía sin decir palabra, para acto seguido seguir clavado en su mundo.

La última vez que estuve en la casa donde vive su hermano Diego -el segundo de mis cuatro- me encontré arrumbada por ahí una foto en blanco y negro que me tomaron, yo de espaldas cargando a Rodrigo y él mostrando por sobre mi hombro a la cámara, su carita de unos dos años, taladrando al fotógrafo con su mirada.

Con algo me distraje ese día y no me volé la mentada foto, que estaba enmarcada en un cuadro de un azul descarapelado de madera y vidrio anti reflejante.

Traigo clavada en mí la mirada de ese Rodrigo, al cual me asomo para verlo a través de las rendijas de mis recuerdos. 

También sueño seguido con Santiago -el menor- que en éste pandémico julio cumplió sus 31 y que durante tantos años fue mi compañero de montaña en un sinfín de cumbres que hicimos juntos.

Con él me sucede algo curioso, en el mismo sueño lo veo echando madres cuando su tío Héctor le quita de las manos una serpiente cascabel de juguete y él despotrica en su lenguaje mocho de los 4 años: “inche víboda”.

Al mismo tiempo lo veo en el 2013 echando madres otra vez por su dificultad para hacer del “2” a 15oC bajo cero, mientras cava una oquedad en la nieve del glaciar de Jamapa, cuando nos faltaba una hora para hacer cumbre en el Pico de Orizaba, el techo de México con sus 5,636 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Pita no se queda atrás. También se me ha aparecido en mis sueños. Una madrugada la vi cuando por correr como desenfrenada calle abajo con sus brazos extendidos y los ojos cerrados, se estampó de cara en el pavimento y dejó ahí sus dos dientes frontales “de leche”.

Eso fue cuando tenía 6 años y en el mismo sueño la volví a ver ya a sus 33 cumplidos en este septihambre, con su bata de médica cirujana, operando mediante el famoso robot “Da Vinci” a un paciente de su especialida en proctología al otro lado del mundo, desde Viena donde ella vive ya casada con su Fritz, Fede para los amigos.

Y a Diego, con su bull-terrier atigrado de aspecto aterrador pero más dócil y noble que un labrador, durmiendo a sus pies en aquél cuarto suyo donde se desahogaba cubriéndolo de grafiti con el “Pilas” escrito por todos lados.

Lo sueño a sus 33 años elegantemente vestido -con sus sacos, pantalones, camisas, zapatos y lociones y perfumes que se compra por internet- yendo y viniendo de su jale donde, como me dijo la última vez que lo vi: “tú sabes que lo mío es esto, las finanzas”.

Y así los tengo a los cuatro, viviendo sus sueños y viviendo  ellos en los míos, porque la vida de pronto se pone dura conmigo, cuando queriéndolos tanto y con tantas ganas de abrazarlos, no me queda otra que adivinarlos y asomarme a verlos… por una rendijita del tiempo…

CAJÓN DE SASTRE

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placido.garza@gmail.com