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Lección de vida
Si los padres educaran a los hijos con el ejemplo –y a la vez estos fueran agradecidos por ello–, habría relaciones más profundas y significativas que evitarían la violencia que actualmente habita entre nosotros
Un día como hoy, pero de 1948, Mahatma Gandhi, pacifista y líder de la independencia de India fue asesinado por un extremista hindú. Buen día hoy para recordarlo, pues su pensamiento puede proporcionar luz para aminorar las terribles sombras que se ciernen sobre México y el mundo.
Gandhi fue una persona de convicciones profundas, que primero defendió la independencia de su país y luego luchó contra la discriminación de las castas marginadas de ese lugar.
La vida de Gandhi se enfocó en el mensaje de la no violencia por encima del poder, así enseñó al mundo a conciliar las diferencias, fue un incansable defensor de la igualdad de los seres humanos, de la libertad y de una cultura basada en el esfuerzo.
Todos sabemos de este humilde hindú que derrotó sin una sola arma a la corona inglesa y, de paso, legó a la humanidad la filosofía de la no-violencia, doctrina que considera exclusivamente medios rectos para emprender cualquier clase de negociación con la “contraparte”.
Conocemos a este hombre; sin embargo, podría apostar que pocos saben el origen de su pensamiento “de la no violencia”. Para ser puntual, comento que este principio radica en una lección de vida que el padre de Gandhi le brindó en edad temprana, y que éste jamás olvidó.
Invaluable aprendizaje
Para conocer esta ocultísima parte de su vida, dejo a Otto Wolf, el biógrafo alemán de Gandhi que revela la extraordinaria y desconocida experiencia que haría que este hombre decidiese emprender el camino de la no-violencia al buscar la independencia de su país:
“La no-violencia, no es otra cosa que la omnipotencia del amor; ésta será para el muchacho, junto al lecho donde el padre yace enfermo de muerte, una experiencia que él mismo definirá como la más trascendental de su juventud. Unos condiscípulos le habían inducido a robar un anillo de oro del brazalete de su hermano. La crisis moral no tarda en presentarse. Gandhi considera la posibilidad del suicidio, pero luego se decide a entregar a su padre una confesión escrita.
“Temblaba cuando se la alargué. El la leyó hasta el final y mientras lo hacía resbalaban por sus mejillas lágrimas como perlas que iban a caer al papel. Y esas lágrimas, esas perlas de amor, purificaron mi corazón y lo limpiaron de mi pecado. Sólo quien ha conocido un amor semejante puede comprenderlo. Fue mi primera lección en la no-violencia. Entonces sólo alcancé a ver en ella el cariño de padre, pero hoy sé que era pura no-violencia. Cuando ésta se extiende avasalladora, transforma todo cuanto toca. Su poder no conoce límites”.
Esta experiencia de amor paterno, dispuesto al perdón, sólo pudo producir en él una impresión tan definitivamente decisiva porque al mismo tiempo venían a sumarse a ella otras que, por decirlo así, formaban una atmósfera de “no-violencia”.
Como ejemplo existe una pequeña poesía en gujarati, su lengua vernácula, impresa en uno de sus libros escolares:
“Por un breve sorbo de agua, da una comida abundante. Por un ligero saludo, tu reverencia afectuosa. Por la moneda de cobre, paga con moneda de oro. Y a quien te salvó la vida, da de tu vida el tesoro. Como norma de conducta, sigue del sabio el empeño. Y hasta diez veces devuelve, el servicio más pequeño. La verdadera nobleza, ve en cada hombre un hermano. Y a devolver bien por mal, tiende gozosa la mano”.
“Lo que expresan los dos últimos versos es lo que ha hecho mi padre conmigo, se dice el muchacho. En realidad, esta poesía la acompañará hasta su muerte. Estos versos del libro escolar serán la norma de su vida y el recordatorio eterno de la experiencia tenida junto al lecho de muerte de su moribundo padre”. Hasta aquí la historia.
Buscar el balance
Gandhi sabía que la no-violencia era la conducta natural de la persona que ama la verdad, que solamente puede ser veraz en su conducta quien lo es en su propio ser, quien, en síntesis, vive el amor. Ese amor que tiene su origen en el testimonio que los padres sembramos en los corazones de nuestros hijos. Tal como lo hizo el padre de Gandhi.
Verdaderamente hoy los padres vivimos tremendas presiones, pero deberíamos saber que nuestros hijos lo que en verdad desean es nuestro tiempo: de calidad y sobretodo abundante.
Esto implica aprender a priorizar las actividades para emprender los equilibrios de vida que permitan desarrollar relaciones más profundas y significativas con la familia. Por ejemplo, urge comprender que los hijos a gritos piden límites en los permisos que se les conceden (aunque parezca extraño) y testimonios morales para que sepan desarrollar una existencia balanceada y productiva.
Autoridad moral
Entonces, más que con palabras, deberíamos formar a los hijos mediante el ejemplo. Así, si los otros son los que destruyen, que ellos vean que uno es quien construye; si los otros son pesimistas, que vean que uno es optimista; si los otros son los que critican, que vean que uno es quien emprende; si los otros desacreditan a las autoridades, que vean que uno es quien las respeta, pero también quien le exige; que si los otros son violentos en la palabra, que ellos aprecien en uno el lenguaje cordial y limpio; que si los otros son quienes piden, que vean que uno es quien sirve con placer; que si los otros son permisivos, que vean en nosotros las ventajas de la prudencia; que si los otros les dan a sus hijos absolutamente todo lo material, que los de uno aprendan la sabiduría de merecer y la riqueza de anhelar; que si los otros son deshonestos, que aprendan de uno la virtud de la honradez, que si los otros gastan por gastar que un uno vean la ventaja de la frugalidad.
En fin, que ellos vean en sus padres, lo que ellos desean ver en sus hijos: el amor por la verdad, la honestidad, la paz, la convivencia y la tolerancia y el respeto como forma de vida.
Basta
Ojalá que la experiencia de Gandhi sirva de reflexión y ejemplo para así terminar, de una vez por todas, con la terrible violencia e irresponsabilidad que, en estos tiempos, habita entre nosotros. La tarea es acabar con esa realidad que hoy muchos hijos viven en silencio: la de tener papás ocupadísimos, orientados al trabajo y a la búsqueda exclusiva del bienestar material y social.
De hijos a padres
Pero también sería conveniente que los hijos vean por sus padres, que les brinden el beneficio de la duda cuando piensen diferente a ellos, sabiendo que los límites impuestos tienen una razón de ser: su bienestar y seguridad. Que los aprecien como personas, que tengan signos de gratitud en palabras y obras, que emprendan sus labores escolares sabiendo del sacrificio que en muchas ocasiones sus padres realizan con la única finalidad de verlos culminar sus anhelos. Que les abran canales de comunicación ante este mundo digital muchas veces difícil de comprender por ellos.
Sería bueno luchar en contra de esa costumbre que en ocasiones tienen los hijos: dejar a un lado de sus vidas a sus propios progenitores al verlos como simples proveedores de satisfactores.
Es decir, por un lado sería bueno evitar tener hijos huérfanos estando los padres vivos; y por el otro, dejar de tener padres olvidados por sus hijos. La misión es: amar de verdad, lo demás sería lo de menos, lo demás es consecuencia.
Saber ser
Qué grave sería si tardíamente comprendiésemos esta responsabilidad compartida, pues entonces sería, para nuestro pesar, como jamás haberla comprendido.
Insisto: La paternidad responsable reside en que los padres sean testimonio de aquello que quieren ver en sus propios hijos, también pienso que los hijos tienen el compromiso de respetar y velar por sus padres y cuidar el buen nombre de su sangre, tal como lo hizo Gandhi y también su padre. Tampoco olvidemos que también existe el amor responsable --el débito-- de saber ser hijos agradecidos.
Programa Emprendedor
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