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Lecturas para el verano 2/2
Siempre es necesario hacer un alto a mitad del camino y descansar. Deambular sin rumbo fijo y leer. El turista trae dos boletos: ida y regreso. El viajero sólo el de ida. El regreso es como la vida, azaroso. Todos somos viajeros alguna vez en la vida. Incluso, en la misma ciudad. Las mayores epopeyas suceden en nuestro escritorio o vecindario gran parte del tiempo. Pero antes de descansar unos días, le cuento: cada vez que voy a la Librería Monsiváis de Norma Zapata (la estimada Momis), un placer y daño hepático me asaltan a la vez. El placer de ver tantos y tan buenos libros en sus estanterías. El daño y dolor hepático llegan en el momento cuando empiezo a hacer un altero de libros y a preguntar su precio para pagarlos. ¿Lo tengo que decir nuevamente? Los buenos libros como éstos no están de “grapa” en Internet. Hay que pagarlos y algunos no cuestan baratos, pues. Pero hay que leerlos, subrayarlos con plumón rojo y meterlos en nuestra sesera. Por estos libros –apuesta y conocimiento– es por lo cual la humanidad avanza.
Decía: fui a la Librería Monsiváis y doña Momis, como siempre atenta y galante, me dijo que por ningún motivo podía dejar un libro para después, que todos me los llevara. Que los disfrutara y que el pago era lo de menos. Los pagué en dos días. Caray, valió la pena la pequeña fortuna que invertí. Fortuna porque no tengo el dinero suficiente, aunque para algún millonario local esa cantidad es una bicoca. Pero todo mundo sabemos: los millonarios no invierten en libros, sino en negocios.
Uno de los libros que adquirí y he disfrutado es “La mujer que no quería amar. Y otras historias sobre el inconsciente”, del psicoanalista Stephen Grosz, norteamericano afincado en Londres. Ha sido psicoanalista por más de 25 años y sus casos han sido publicados en el “Financial Times Weekend”, en la revista “Granta” y en “El País”. En este diario ibérico fue donde empecé a leer sus historias de atención a casos de humanos derretidos por la depresión y el sufrimiento. Hombres exitosos que en plena madurez de vida y familia se cambian de lado sexual y se asumen gays. Mujeres solitarias en tal estado de paranoia y neurosis que juran una y otra vez que al abrir la puerta de su departamento (piso le dicen en España), éste va a estallar por los aires debido a una bomba instalada por terroristas. Puf. Casos de alarma, pero que sin duda son comunes a cualquier humano en cualquier parte de la Tierra. Claro, incluyendo al propio Grosz que publica dos estampas personales.
Esquina-bajan
En este libro, del psicoanalista Grosz, se habla de humanos. Humanos que buscan ayuda y paliativos a su existencia un tanto o un mucho diferente a la de todos. Una vida donde se busca ser escuchado o se busca atención y solución a entramados mentales donde asoman y afloran fantasmas y telarañas afines a muchos de nosotros. Los casos se platican sin jerga médica o términos especializados; ésta es la virtud del volumen, se leen los casos como son, episodios de vida de los seres humanos protagonistas.
Y el doctor Grosz, hombre de mundo y con lecturas ingentes, lo transmite en los asuntos presentados. En cada uno de ellos nos lleva de la mano como en una serie de episodios, una serie de televisión ahora tan socorridas y de tanto éxito. Un paciente, entre la desesperanza y la búsqueda de una salida a su problemática, le espeta al doctor: “Quiero cambiar, pero no si eso supone un cambio”. Y ojo, no hay contradicción de por medio. Es delirante lo anterior, pero esto y no otra cosa es lo que sentimos (me incluyo) los que estamos abatidos y traspasados por una flecha en el corazón y en ese lugar al cual llamamos “alma”.
De entre las decenas de casos que platica en su libro, hay la historia delirante de un muchacho que cancela su boda justo un día antes. ¿El motivo? Inventa que es gay. Que no está seguro de su sexualidad. Un cisma. Una hecatombe en la prometida, en la familia, en los invitados, en el centro laboral del paciente. Pero lo inventa. ¿Por qué? El tipo no era gay, pero fue la manera de salvar ese compromiso. Historia que atan perfectamente el doctor y el paciente con la correspondencia y vida de Franz Kafka. Las palabras finales del paciente son memorables…
Letras minúsculas
“El amor no puede cambiar lo que me ocurre, porque siento el amor como una amenaza…”. Pues sí, un literal ataque a la intimidad.