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Legado permanente
La arquitectura es una maravillosa forma de entender lo que nos rodea. Con la arquitectura nos enfrentamos a los mundos de autores de vasta imaginación. Maravillosas imágenes que nos plantean sus creaciones, ideas primigenias que llegan a nosotros transformadas a través de interpretaciones personales.
La muerte del maestro Teodoro González de León, la semana anterior, da pie a la reflexión sobre su obra, un trabajo espléndido desarrollado a lo largo de varias décadas, una fructífera carrera. Con su trabajo se topa quien viaja a la Ciudad de México obligatoriamente: ya sea en los museos, ya en los centros de educación, incluso, en interesante y atractivo complejo comercial.
Fue él quien ideó edificios tan emblemáticos para la capital del país como El Colegio de México, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo y el ya mencionado complejo comercial, el conjunto Reforma 222.
Siendo muy joven participó en la elaboración de los planos de Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México. Considerando las construcciones en las que fue su creador único y en las que participó en equipo con otros, primaron dos elementos sustanciales: el concreto y el cristal. Con estos elementos trabajó construcciones de amplia capacidad. Edificios pensados a la medida de una gran ciudad para dar cabida a multitud de personas. Arquitectura grandiosa. “No confundir lo grandioso con la grandote”, ironizaba Diego Rivera.
Esos materiales del concreto y el cristal: al concreto lo mezcló con granito y con otros nobles materiales que no le hicieran perder la contundencia de lo duro, de lo pesado, de lo que habría de resultar sólido, firme, a los ojos del espectador. Un mensaje de fortaleza inscrito en ello. Gracias a los cristales, la entrada de la luz elabora bellísimas imágenes que se abre a la combinación de espléndidas figuras.
En entrevista, Silvia Elena Giorguli Saucedo, directora de El Colegio de México, cuya edificación concibió González de León y que se preparaba para el 40 aniversario de creación, compartía que en las recientes pláticas que tuvo con él, señalaba que la arquitectura tenía que ser “viva”. Que si con el tiempo se requerían transformaciones en base a las necesidades que el uso demandara, que estas pudieran ser posibles y los espacios pudieran ser susceptibles de ampliaciones y enriquecimiento. En el noticiero de Canal 22, donde se transmitió la entrevista, el comentarista señaló haber escuchado esta frase de González de León: “Si la arquitectura no trasciende en el tiempo, entonces no es arquitectura, es escenografía”.
“Cuando la arquitectura emociona, se convierte en una obra de arte”, afirmaba Teodoro González de León, discípulo de Charles Edouard Jeanneret-Gris, mejor conocido como Le Corbusier, uno de los máximos representantes de la arquitectura moderna.
Cuando México vivía un interesante proceso en cuanto a urbanización se refiere, Teodoro González de León participó en él activamente.
En los últimos años de la década de los cuarenta trabajó en obras de vivienda popular. Después vendrían los trabajos arquitectónicos de gran aliento, entre los cuales destacan el edificio de la Universidad Pedagógica Nacional, el edificio sede del Infonavit y el Auditorio Nacional, este último realizado junto a otro gran arquitecto, Abraham Zabludovsky.
Además del MUAC, otras fueron sus obras en materia educativa, artística y cultural: la sede del Fondo de Cultura Económica en el Ajusco, el Museo de Sitio en Tajín, la remodelación de El Colegio Nacional, de la Escuela Superior de Música del Centro Nacional de las Artes y la Sala Mexicana en el Museo Británico.
También realizó su trabajo en el Centro Cultural Bella Época, antiguo Cine Lido, el Centro Cultural Universitario de la UNAM y el Museo Tamayo.
Cada espacio engarzado en su tiempo y acorde a las necesidades de una población en crecimiento y urgida de sitios para expresarse en los distintos lenguajes de la cultura. El trabajo de González de León muestra facciones del perfil citadino mexicano claramente orientado a la expresión de la belleza. Uno de los símbolos que distinguen a la inigualable capital de la República.
A sus noventa años, el productivo y entusiasta Teodoro González de León dejó un hermoso y permanente legado a los mexicanos