Lo que creemos, lo que pensamos, lo que decimos y… lo que hacemos

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Lo que creemos, lo que pensamos, lo que decimos y… lo que hacemos

La población mundial en este momento ronda los 7 mil 700 millones de personas, de las cuales 2 millones 438 mil –según The Global Religious Center– tienen adhesión cristiana. Por supuesto, desde hace mucho tiempo el mensaje de Jesús de Nazaret tuvo, como todas las formas de pensar y de vivir, diferentes interpretaciones.

La mayoría de quienes tienen como referencia los evangelios son los católicos, que llegaron en 2017 a mil 313 millones de fieles por todo el mundo, según el Annuarium Statisticum Ecclesiae 2017. Los otros mil millones restantes se dividen en otro tipo de grupos, iglesias u organizaciones, que se desprenden de la Reforma Protestante de mitad del Siglo 16. Luteranos, anglicanos, metodistas, ortodoxos orientales y una buena parte de movimientos surgidos en la segunda mitad del Siglo 19, le dan forma a la cifra.

Todo esto para decirle que con la mitad de las personas que siguen el mensaje de Jesucristo en el mundo, en cualquiera de sus múltiples interpretaciones, sólo con la mitad que conectaran la fe con la vida tendríamos una sociedad distinta. Aunque los cristianos conforman la tercera parte de la población mundial no han podido ser factor de cambio porque una cosa es lo que se cree, otra lo que se dice y otra lo que se hace. Esa ausencia de religar esos tres elementos ha traído como consecuencia que a todos se nos complique la ruta para vivir en una sociedad más humana, justa y fraterna.

Todo esto por la semana santa que comenzamos. Porque independientemente si en México somos parte o no de la dimensión religiosa, con copyright cristiano en cualquiera de sus múltiples formas, nos encontraremos con quien de una forma u otra estará celebrando los misterios que le dan vida y que son el centro del seguimiento a los dichos y hechos que ocurrieron en Jerusalén en los albores del cristianismo.

Sin lugar a dudas, en la historia ha habido seres humanos excepcionales. El caso de Jesús de Nazaret rebasa, como muchos lo creen, las fronteras de la humanidad, dándole connotaciones divinas –Concilio de Nicea (315) y Constantinopla (381)– y ha sido su comportamiento digno de imitarse, es decir, de ser universalizable.

Por eso, quien se dice seguidor de Jesucristo, forzosamente tendrá que imitarlo. Esto no puede ser de otra forma, ni está sujeto a consideraciones. Lo que le hará ser cristiano: católico, luterano, anglicano, metodista, ortodoxo, en fin; será creer, pensar, decir y hacer como lo hizo Jesús. Eso es la coherencia, lo demás es lo de menos.

Se lo digo de otra forma. Un sacerdote o ministro que abusa de niños, un presidente que dice que cree en Cristo pero levanta muros y separa familias; obispos, sacerdotes y monjas en coches último modelo, en contraposición con muchos de sus fieles que apenas tienen para sobrevivir; religiosos que piensan más en lo económico que en lo compasivo, políticos que promueven visitas papales y acaban cometiendo peculados; empresarios que no pagan lo justo, sino lo legal y el domingo se persignan en misa; fieles que en el templo bendicen, alaban y comulgan y en la vida se cierran a los migrantes, a los pobres, a los vecinos y no quieren saber nada de los demás, eso es incoherencia.

La coherencia tiene que ver con la liga entre lo que hacemos y los principios que decimos tenemos. En México el 82 por ciento de la población, según datos de Inegi 2016, son católicos, el 13 por ciento practican su fe cristiana en otras denominaciones y el 5 por ciento restantes tienen otro tipo de creencias. Por supuesto, una cosa es declararse cristiano y otra cosa es vivir como tal. ¿Imagínese si el 95 por ciento de la población que nos decimos seguidores de Cristo en México viviéramos e hiciéramos lo que creemos, decimos o pensamos?

Por estos días, más que en otros, se requiere revisar cómo andamos en la práctica de la coherencia. Hace unos días el Papa Francisco decía: No basta no hacer el mal para ser un buen cristiano es necesario adherirse al bien y hacer el bien. Eso, en definitiva, es la coherencia. Así las cosas.

 

fjesusb@tec.mx