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Lo que pasó, pasó

En las canciones duermen sabias filosofías. José José cantaba una que decía: “Ya lo pasado pasado...”. Cuando los molinos aún se movían con agua decían nuestros abuelos: “Agua pasada no mueve molino”. Ni mueve nada, porque el agua que ya pasó no es agua ya, sino recuerdo de agua, y eso no calma sed ni riega flor.

“Borrón y cuenta nueva”. Hermosa frase para decirla al comenzar el año. No te agobie lo malo de ayer, ni lo bueno que hiciste te envanezca. No estrenemos este 2019 cargando fardos de soberbia o de amargura. Lleguemos a él sin estorbosos equipajes, igual que desnudos llegamos a la vida.

En una cosa no debe haber borrón: en los afectos. A las galas de amor no hemos de renunciar. Entremos por el pórtico de este año con un cortejo de amables sombras, los seres queridos que se fueron ya, y entre una valla de queridos rostros aún presentes. Hagamos recuerdos, sí, pero sin olvidar que los mejores son los que no hacemos todavía.

Escribo una lista de lo que espero de este año. La vida, desde luego. Tan acostumbrados estamos a ella que ni siquiera nos damos cuenta de que va en nosotros. La vida es todo. Por eso asombra e indigna que haya quienes la tengan en tan poco aprecio: los malvados que para hacer el mal traen armas en las manos; los políticos, jueces y carceleros que en algunos países aplican todavía la pena de muerte, y al hacerlo cometen un asesinato entre una invocación a la ley y otra a la Biblia.

La vida antes que todo. La vida primero que nada. Y luego la salud. Es don precioso cuyo valor no aquilatamos sino después que lo perdemos. Un simple dolor de muelas basta para apagar todas las filosofías. Un mal mayor nos vuelve animalitos asustados que sólo aciertan a preguntar: ¿por qué?

La vida y la salud, por tanto. Y después... Después ¿qué? Muy poco, pues con esos dos bienes ya tenemos mucho. El pan de cada día, desde luego, que se recibe como un milagro cotidiano. “Gracias a Dios que nos dio de comer sin haberlo merecido. Amén”.

¿Habrá quien merezca el pan de cada día? Los gorriones, quizá, que lo merecen porque saben que el alimento les llegará de cualquier modo. A eso se le llama fe. No sé si la tengo -si la tengo no la merezco-, pero el primer día de este enero alentó en mi casa la luz de una pequeña vela encendida en homenaje a la Divina Providencia, de cuyas manos se reciben la casa, el vestido y el sustento.

Y pido el don de no pedir ya más, pues lo demás es puro adorno. La sobra de monedas, por ejemplo es añadidura de la cual se puede prescindir y que a veces se torna en onerosa carga. Ligero sería el año si no lo graváramos con ambiciones. Hay que ser ricos no por tener mucho dinero, sino por tener muy pocas necesidades que satisfacer. Más rico será el que gane 10 y gaste 9 que el que gane 10 mil y gaste 10 mil uno.

En buena parte está en mis manos hacer que este año nuevo sea feliz. No esperar mucho para no desesperar después. Estar dispuesto a dar, y no ansioso por recibir. Pongo frente a mí la “Preghiera semplice” de San Francisco de Asís, la sencilla oración que hacía rezar a sus hermanos, y pienso en el nuevo año como una nueva oportunidad para ser instrumento de esa paz que conduce al sumo bien, de ese amor que nos lleva al más alto y amoroso Amor.

Sea este año para ti, lector querido, y para todos nosotros, camino que acerque y no abismo que separe. Y que el final de este año -¡tan cerca está de su principio!- nos encuentre con vida, con salud, con amor y con paz.