Ahora está de moda, lo mismo que el mezcal, pero antes era mal muy visto eso de tomar tequila. En mis tiempos nada más los mariachis y los charros lo bebían. En las películas de Jorge Negrete y Pedro Infante el tequila se consumía por galones. Una de las botellas de la marca Cuervo se llama todavía “infantita”, pues era la que Pedrito traía siempre a mano.

¿Ver en aquellos años a una dama con una copa de tequila? ¡Nunca! Las señoras bebían una poción llamada “Medias de Seda”, pues aún no se conocían las margaritas o la piña colada. 

Tampoco eran tequileros los señores: el tequila no confería status. La bebida nacional era menospreciada. Mi sabio maestro don Antonio Guerra y Castellanos solía disgustarse cuando alguien celebraba con una carcajada alguna de sus ingeniosidades. Postulaba, despectivo:
–La sonrisa es la burbuja del champán. La carcajada es el eructo del tequila.

De pronto los extranjeros nos mostraron que el tequila es algo bueno. Ya todos en el mundo lo conocen, menos los académicos de la Lengua. En su copioso diccionario los sabios lingüistas, incluidos entre ellos los mexicanos, definen así al tequila: “Bebida mexicana semejante a la ginebra…”. ¡Háganme ustedes el refabrón cavor! ¿En qué carajos se parecen el tequila y la ginebra, aparte de que con los dos puedes ponerte hasta atrás, y más allá si quieres? Esos señores de la Lengua no tienen paladar. O no han probado el tequila o no conocen la ginebra.

Hoy se han puesto en boga procedimientos que jamás habíamos conocido, y que no dejan de ser heterodoxos, como beber el tequila en copa coñaquera, tomarlo helado, o mezclarlo con refresco de cola o agua mineral. A mí no me gustan esos usos. Yo pido siempre mi tequila solo, a la temperatura ambiente, en copa tequilera. Y doble, lo cual es costumbre muy loable que ahorra esfuerzo y tiempo.

La nueva moda del tequila trajo consigo su encarecimiento, y la proliferación de nuevas marcas. Más de dos mil hay a la fecha, según me dicen, algunos con nombres tan peregrinos como “Suave Patria”, “Chivas” y “La Madre”. Algunos tequilas vienen en botellas de lujo, como las del más caro licor venido de Europa. Cierta fábrica envasa el suyo en pomos de cristal cortado que se pueden vender después hasta en 500 pesos. (A decir verdad el continente es mejor que el contenido). Se ven botellas de color azul, y verde, o hechas de cerámica como aquéllas en que viene el saki japonés, y otras de formas retorcidas, en estilo art nouveau.
Y ¿qué me dice usted del precio? Mi marca preferida de tequila costaba hasta hace pocos años 150 pesos. Ahora anda en 500. ¿Cómo puede uno inflar con esa inflación?

Otro fenómeno es que ahora hay muchos fabricantes de tequila, del mismo modo que actualmente todo mundo hace vino. La semana pasada estuve en Guadalajara, y conocí a un señor que hace su propio tequila. Me dijo con orgullo:

–Mi tequila es el segundo mejor.
–¿Ah sí? –le pregunté con interés–. ¿Cuál es el primero?
–Todos los demás –me respondió–. Quienes los hacen dicen que su tequila es el mejor. Y yo no me voy a poner a discutir con ellos. Me conformo con el segundo lugar, que es sitio muy bueno y no lo reclama nadie.

Sabio señor es éste. Su franciscana humildad y su mansa filosofía del segundo lugar lo libran de discusiones ásperas e inútiles. Yo digo que en cuestiones de tequila lo mejor es hacer como un cierto amigo mío. Pide en el restorán un tequila. El mesero le pregunta:

–¿De cuál le sirvo?
Responde mi amigo:

–Del mejor que tengas. Que sepa el cuerpo que no lo trae cualquier pendejo.