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Los edificios reales llenos de oro… ¿Qué fueron sino rocíos de los prados?
Jorge Manrique, poeta español del prerrenacimiento, escribió las conocidas “Coplas por la Muerte de su Padre”: “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir; allí van derecho los señoríos a acabarse y consumirse…” (español actualizado). Desde los años setenta, los gobiernos estatales y municipales fueron adquiriendo viejas casas y edificios en el corazón de Saltillo con objeto de rescatarlos de la iniquidad del tiempo y darles nueva vida y nuevas funciones. En su mayoría los dedicaron a la cultura y a la educación, y convertidos en museos esos inmuebles conformaron la ruta o circuito cultural del Centro Histórico.
Allí están la Casa de la Cultura ubicada en la calle Hidalgo bajando Escobedo y el “Recinto de Juárez”, en la esquina de Juárez y Bravo, ocupada por el Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. También el edificio en la esquina de Juárez e Hidalgo, entregado primero a las distintas versiones del instituto encargado de regular la cultura en el estado, y últimamente a la UAdeC para el alojamiento de su Academia de Derechos Humanos.
Luego se fueron adquiriendo otros edificios como el del antiguo Colegio de San Juan, ahora Museo de las Aves, y el antiguo Teatro García Carrillo frente a la plaza Acuña. Siendo secretario de Educación Óscar Pimentel en 1999, emprendió la restauración de la antigua Casa Sánchez Navarro en la esquina de Hidalgo y Aldama, edificio que ya pertenecía al gobierno y había sido sede de la Presidencia Municipal y de la propia Secretaría de Educación, y con el apoyo del estado la entregó al Centro Cultural Vito Alessio Robles con la misión de realizar actividades encaminadas al arte y la historia regional y, particularmente, al resguardo y difusión de las bibliotecas que pertenecieron a don Vito Alessio Robles y don Óscar Dávila Dávila, que le dan al Centro sustento académico.
La administración municipal presidida por el mismo Pimentel adquirió y restauró la casa de las señoritas Figueroa, en la esquina de General Cepeda y Juárez, donde instaló el Museo Rubén Herrera para el resguardo y exhibición de la obra del prestigiado pintor.
El estado adquirió el inmueble del Banco Purcell, en Hidalgo al lado de la plaza de Armas, y lo entregó a la UAdeC para el resguardo de su patrimonio artístico y cultural. Lo mismo hizo con la antigua casa ubicada al costado del Palacio de Gobierno por la calle de Juárez, en donde habían funcionado la cantina Jockey Club y la CROC. La Universidad instaló ahí la Escuela de Artes Plásticas “Rubén Herrera”, y posteriormente la entregó a la Escuela de Ciencias Sociales.
Con apoyo del estado, el gobierno municipal adquirió la Casa Purcell, emblemático edificio del centro y, por su parte, el gobierno estatal hizo lo propio en las dos primeras décadas de este siglo con los museos del Sarape, de la Revolución, del Palacio, de los Presidentes, de la Cultura Taurina y el de Artes Gráficas. Todas esas casas y edificios destinados al aprendizaje, práctica, cultivo y difusión de la cultura conformaron un circuito cultural en el Centro Histórico, cerrado de manera natural por la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Casino de Saltillo.
La muerte del padre desata el lamento del poeta, nacido en el seno de una de las más antiguas familias de la nobleza castellana del siglo 15, y desencadena el dolor por la decadencia de las personas y las cosas: “¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían?... Los edificios reales llenos de oro, los enriques (monedas acuñadas por Enrique IV) y reales del tesoro, los jaeces, los caballos de sus gentes y atavíos tan sobrados, ¿Dónde iremos a buscarlos?”. La estrofa cierra con el verso que da título a esta colaboración: “¿Qué fueron sino rocíos de los prados?”.
¿Habremos de hacernos esas dos preguntas respecto a algunas de las nobles instituciones culturales de Saltillo?