Los perdedores

Usted está aquí

Los perdedores

Preparémonos para caer, porque eventualmente todos lo haremos, pero no nos preocupemos por caer cuando aún no nos hemos levantado

Si revisáramos con severidad la historia y cada aspecto de nuestra vida cotidiana, nos daríamos cuenta de que existe una verdad irrefutable: somos unos perdedores. En México, nuestra historia está repleta de derrotas y derrotados que dejaron una huella imborrable: Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, últimos emperadores mexicas, fueron arrasados por Hernán Cortés, que con un ejército de 400 hombres entró a la magnífica ciudad de Tenochtitlan, en donde vivía medio millón de habitantes. La revolución independentista de Hidalgo, Allende, Morelos y Aldama fue una derrota militar apabullante y ni uno solo de ellos vivió para cumplir su sueño. Años más tarde, el romanticismo encontrado en la historia de los niños héroes resultaría en vano, pues México perdió la guerra de intervención con Estados Unidos y de paso buena parte del territorio.

Lo mismo sucedió con la invasión francesa, porque después éxito efímero de la Batalla de Puebla, el País caía derrotado. Sucedió lo mismo en la Revolución de 1910, con Madero derrotado y muerto en su intento por gobernar una nación hasta entonces ingobernable.  Villa vencido por Obregón, el Manco de Celaya muerto por su propia ambición, Felipe Angeles y Zapata derrotados por Carranza y el propio Varón de Cuatro Ciénegas vencido hasta su muerte, en el empeño de dar cause constitucional a la República.

Aclaro que no todas las derrotas son iguales, pues hay unas que duelen más. Son derrotas que laceran, que acaban con nuestro espíritu. Me refiero a la que nos ha propinado como Nación la pobreza que se eterniza, la ignorancia y desigualdad que nos dividen, la violencia y racismo. Y es que, ¿quién puede poner en duda que nos van ganando la partida?

En otros otros aspectos de la vida los ejemplos también abundan: cuando un científico, un activista por la paz o un escritor ganan un Premio Nobel, muchos más se quedan en el camino. 

En una contienda electoral son varios los candidatos que fracasan; igual en un sorteo, donde miles son los que pierden; y lo mismo sucede en cualquier competencia deportiva. Incluso hasta en la banalidad de los concursos de belleza encontramos la derrota de muchas y la victoria de sólo una.

Aceptémoslo pues: somos más, muchos más los perdedores que los ganadores y los primeros (o últimos) somos millones. Por supuesto, no se trata de ubicarnos siempre como perdedores, pero lo cierto es que existen en nuestra mentalidad dogmas muy extraños: a nadie le gusta perder, pero nos asusta ganar porque es algo fuera de lo común y, además, con frecuencia nos enfrentamos a una falsa dicotomía: para ganar, alguien tiene que perder y eso no nos gusta.

Y eso es parte del drama de los perdedores, esos, las mayorías, gente común que como usted y como yo, preparados para fallar, fallamos; listos para caer, caemos; y en el afán de saltar, saltamos, pero al vacío absoluto, en donde nos damos cuenta de que la derrota forma parte fundamental de nuestras vidas. A esos hace referencia el escritor Vicente Leñero en su obra “Los Perdedores” quien afirma que esto alcanza tintes heroicos e incluso literarios y dice que aunque “Las cámaras siempre se van con los que ganan, los verdaderos protagonistas son los perdedores”.

Preparémonos para caer, porque eventualmente todos lo haremos, pero no nos preocupemos por caer cuando aún no nos hemos levantado. Aprender a ir de fracaso en fracaso, sin desesperarse para alcanzar el éxito, era la receta que recomendaba Churchill y tenía razón, porque han sido aquellos que aprendieron que en la vida muchas veces es más importante perder que ganar y que no es en los éxitos, sino en los fracasos donde se pierde el miedo más grande: el miedo a fracasar.

Pero hablemos también de la victoria. Ésta es efímera y suele emborrachar y llenar de soberbia y arrogancia a quién la obtiene, a tal grado, que los menos preparados pierden no sólo el piso, sino a sí mismos, olvidando sus orígenes. A esos que, alejados de la humildad con que obtuvieron sus victorias, y desafiando la Ley de Gravedad se despegan del suelo, el político mexicano don Jesús Reyes Heroles los definía de una forma: “Cayó en las alturas”. Pero la gravedad es una ley definitiva y de ella nadie escapa, así que todo lo que subió, siempre esta muy proximo a bajar.
@marcosduranf