Los remedios de la medicina popular en el contexto de la pandemia

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Los remedios de la medicina popular en el contexto de la pandemia

La medicina popular siempre ha mantenido raíces profundas en la vida de México y se practica principalmente en las ciudades pequeñas y en las comunidades rurales, donde a veces va más allá de la herbolaria tradicional. ¿A quién no le dieron una infusión amargosa para calmar un dolor de panza? ¿Cuántas veces oímos hablar del mal de ojo o la barrida con una rama de pirul? ¿Quién no oyó hablar de entuertos, pacholas, melindres de la cabeza, embrujamientos y morcezuelas y curas de ictericia, espanto, empacho, reuma y caída de la mollera con pociones de borraja, apretones de arriero y hierbas o ramitas de espinas amarradas con un lacito de tela de cierto color?

El hombre necesita creer en algo o en alguien, y por medio de la fe actúa conforme a sus creencias. La religión y la magia son los medios que tiene para mantenerse ligado a las fuerzas superiores: la religión emplea la oración y la súplica, y la medicina popular (brujería para muchos) vincula el cuerpo con los elementos espirituales para restablecer su equilibrio. La medicina popular en México tiene una sólida herencia porque retoma los conocimientos y bases de la medicina tradicional indígena.

En el tejido de la memoria familiar permanecen todavía las noches en que, de vacaciones en Arteaga, los niños temblábamos de miedo arremolinados en una banca de la plaza principal cuando alguien contaba historias de aparecidos y fantasmas, y de pasadita se deslizaban las de brujos que vuelan convertidos en lechuzas o que en las noches andan brincando cerros y los que chupan la sangre; los que vivían a las afueras del pueblo y en las rancherías porque asustaban a la gente y fumaban cigarros de hoja y siempre estaban callados como si estuvieran muertos entre la humareda de un fogón, o los que invocaban a los muertos y los espíritus murmurando maldiciones entreveradas con rezos mientras hacían sus rituales. Conocíamos de oídas a los curanderos que hacían remedios para sanar de todo mal y “barridas” para quitar la mala suerte y el mal del susto, y los que tronaban el pellejo del espinazo para curar la diarrea o aconsejaban colocar un huevo debajo de la cama para el mal de ojo. Las historias las repetíamos los niños sentados en el tronco afuera de la casa de Gachupines o a la luz de la luna en El Tunal, y también en Saltillo, sentados a la puerta de cualquier casa o banqueta del barrio, y servían para estrechar los lazos entre hermanos que, presas del terror, nos retirábamos agarrados de la mano o nos cambiábamos en la madrugada a la cama del otro porque teníamos miedo.

En la actualidad, la medicina tradicional comienza cuando se agotan las alternativas técnicas de la medicina. Por eso la importancia y el compromiso responsable tanto de la medicina moderna como de la religión y la brujería, que buscan el remedio para los males del hombre.

¿Habremos de convocar ahora en el lenguaje mágico de los brujos a todos los que se dedican a la medicina tradicional para que junto con los patriarcas y brujas mayores que ya son tradición y leyenda como el Niño Fidencio y la legendaria María Sabina, incluso a los que murieron en la hoguera o en las celdas de la Inquisición porque nunca se les juzgó, y con los que dedican su tiempo en la actualidad a los trabajos de hechicería y los que venden las hierbas, las veladoras y los objetos con que se hacen los “trabajos”, y los que tienen el don sobrenatural para conocer el origen de las enfermedades y los remedios para curarlas, para que se reúnan y traten de sofocar este mal del COVID-19?

Alguien que pueda combinar los caminos de la magia y la fe, la tradición y la leyenda, que tenga el don sobrenatural para adivinar el origen de las enfermedades y que encuentre la fórmula para entender el espíritu de hombre-naturaleza para quitarnos de encima esta pandemia que acaba poco a poco con la economía y el ánimo de la gente.