Loyola encuentra a Loyola

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Loyola encuentra a Loyola

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera
Existen momentos en la vida que provocan un segundo nacimiento, que nos convierten en nuevas personas

El próximo 23 de octubre se cumplen 527 años del nacimiento del inmenso San Ignacio de Loyola fundador de los jesuitas, de un hombre que realmente nació cuando tenía 30 años: el 20 de mayo de 1521, día que estableció una nueva posición existencial, radicalmente distinta a la previa.

CORAZÓN DE RATÓN

Existe una fábula india que cae como anillo al dedo como preámbulo de esta colaboración: “había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo al gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato. Pero entonces empezó sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón y le dijo: ‘Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón’”.

El corazón de las personas resguarda el tamaño de la vocación de su vida, eso que lo inspirará a buscar lo mejor de sí y de los demás, lo que le permitirá, en cada etapa de su desarrollo, anhelar y conquistar altos ideales; ayudándolo también a no caer en las redes del pesimismo, el conformismo y la mediocridad.

Este llamado representa el seguimiento a esa permanente y penetrante voz que reclama lo mejor de nuestra individualidad y humanidad, que reclama la definición de una posición existencial, el compromiso con la vida y con el destino que se habrá de forjar a pesar –o gracias– a las circunstancias encontradas en el camino.

El corazón del ser humano, a diferencia del corazón de ratón, también resguarda la alquimia para hacer que su poseedor nazca de nuevo.

SOLO SÉ…

Lo dijo Sócrates: “conócete a ti mismo” y  “solo sé que no se nada”, conceptos que anuncian que las personas habremos de tener conciencia de nuestra propia ignorancia, además de comprobar si nuestro comportamiento es congruente con esa “virtud”  que es la fuente de la mismísima sabiduría, la cual se orienta a buscar la verdad.

Para caminar en esa dirección, no queda de otra que seguir el consejo de Bernanos “el primer paso se da hacia dentro y en silencio, en ese silencio interior que la juventud teme o desdeña”.

En este contexto, posiblemente, el viaje más significativo y solitario que el ser humano emprende es, precisamente, hacia su interior, hacia la profundidad de su alma, para evaluar, ponderar y reflexionar; lo que representa una travesía larga, complicada y desafiante, pero también repleta de alegría y agradables e insospechables sorpresas. Es así, que existen momentos en la vida que provocan un segundo nacimiento, que nos convierten en nuevas personas.

El liderazgo no es un oficio, ni una función que uno desempeña en el trabajo y luego termina cuando regresa a casa a descansar y disfrutar de la vida real. Más bien el liderazgo es la vida real del líder”.
Chris Lowney, escritor y conferencista estadounidense.

ANTE LA MUERTE

Pues bien, Ignacio encontró tardíamente su vocación. Todo inició cuando tenía 30 años (hasta entonces había vivido entre pasiones carnales, el desorden, las apuestas y actos “muy escandalosos”) cuando siendo soldado defendía la fortaleza de Pamplona del asedio de los franceses, quienes deseaban la soberanía de este territorio en España. Fue, precisamente, durante esta batalla que una bala de cañón hirió sus piernas.

La historia narra que “los huesos de la pierna se unieron, pero la pierna estaba torcida, así que hubo que volver a romperla y recomponerla. Y todo se hizo sin anestesia. Ignacio empeoró y al fin los médicos le dijeron que se preparase a morir”.

NACER DE NUEVO

Sin embargo, Ignacio resistió y fue durante su convalecencia que tuvo al alcance un libro sobre la vida de Cristo y otra sobre santos, así “desesperado, Ignacio empezó a leerlos. Cuando más leía, más se daba cuenta de que las aventuras de los santos eran dignas de fama y gloria (…) Se dio cuenta, sin embargo, de que, después de leer sobre los santos y Cristo, quedaba en paz y satisfecho. Pero cuando terminaba de soñar despierto con su dama un largo rato, se sentía inquieto e insatisfecho. Esto no sólo fue el inicio de su conversión, sino también el comienzo de su discernimiento espiritual o discernimiento de espíritus”.

Este fue el comienzo de un solitario viaje hacia su interior que a la postre lo convirtió en un nuevo Ignacio, exactamente cuando dejó de ser “fugitivo de su propio corazón”.

LOS PILARES

Chiris Lowney en su libro “El liderazgo al estilo de los jesuitas” (que todo estudiante universitario debería de leer), trata de las mejores prácticas de formación utilizadas por los jesuitas, las cuales les han permitido transformar al mundo mediante un liderazgo basado en la innovación, pero también asentado en enseñanzas que permanecen desde hace más de 450 años.

El autor descubre que son cuatro los valores en el que descansa el liderazgo jesuita: conocimiento de uno mismo, que implica conocer las fortalezas y debilidades personales, sus valores, así como una visión del mundo; el ingenio para innovar constantemente, para adaptarse a un mundo cambiante, considerando que “todo el mundo será nuestro hogar”, lo que proporciona una mentalidad global; el amor que permite tratar dignamente a nuestros semejantes y que permite tener una actitud positiva y modesta ante el mundo, así es mejor actuar “con más amor que temor”; y el heroísmo que proporciona la posibilidad de fortalecerse a uno mismo y a los demás mediante el testimonio de vida. Ese heroísmo que permite “despertar grandes deseos”.

Este liderazgo se fundamenta en la autoridad moral, que es la única autoridad genuina, que permite a las personas transformar su medio ambiente inmediato, ya sea en lo laboral, social, ecológico o en cualquier ámbito de la vida.
Estos pilares han permitido a los jesuitas superar innumerables escoyos y reveses, hasta llegar hoy con uno de sus representantes, a la mismísima cumbre del Vaticano.

El primer paso se da hacia dentro y en silencio, en ese silencio interior que la juventud teme o desdeña”.
Georges Bernanos, escritor francés.

No en vano los jesuitas saben, como lo comenta Lowney, que todas las personas podemos ser líderes; que el liderazgo nace desde adentro, mediante la visión personal que determina quiénes somos, qué buscamos y qué hacemos; que el liderazgo no es un acto, sino una manera de vivir, de ser y proceder; por tanto, “el liderazgo no es un oficio, ni una función que uno desempeña en el trabajo y luego termina cuando regresa a casa a descansar y disfrutar de la vida real. Más bien el liderazgo es la vida real del líder”.

Finalmente –dice Lowney– convertirse en un líder es un proceso continuo de autodesarrollo, que nunca se agota; implica estar en incesante aprendizaje, autoanálisis y reflexión para consumar el potencial de eso que “ya” somos.
Los jesuitas se han distinguido por su sabiduría, preparación académica, pero sobre todo por su comportamiento heroico, innovador y por su capacidad no sólo para adaptarse al cambio, sino también para inventar nuevas realidades sociales.

El 31 de julio de 1556 murió Ignacio de Loyola. La visión y liderazgo original de Ignacio ha permitido que los jesuitas sean reconocidos en el ámbito educativo, de las misiones y la erudición durante casi cinco siglos. Incuestionablemente, una Orden con visión, propósito y acción.

FIDELIDAD

Enseñanza clásica de los jesuitas es la de saber perseverar en las tareas con optimismo para “contemplar lo que había comenzado y morir fiel a los principios”, bueno entonces sería que, ante la propuesta jesuita, tengamos claro que todo liderazgo auténtico inicia en el corazón de las personas y se fundamenta en la humidad que otorga la sabiduría.

RENACER

Es lamentable que infinidad de jóvenes, teniendo el potencial maravilloso de cambiar para bien su existencia, se conformen en tener el incambiable corazón de un ratón, porque esto significa renunciar, voluntariamente, a la posibilidad de edificar una nueva vida, basada en una alma renovada, vigorosa, innovadora y solidaria hacia el mundo y nuestros semejantes, tal como Ignacio de Loyola lo hizo cuando nació de nuevo, después de haberse encontrado, precisamente, con Loyola.


Los 4 pilares del liderazgo jesuita:

Conocimiento de uno mismo: fortalezas y debilidades personales, valores, visión del mundo.

Ingenio: para innovar constantemente, para adaptarse a un mundo cambiante.

Amor: para tratar dignamente a nuestros semejantes y tener una actitud positiva y modesta.

Heroísmo: fortalecerse a uno mismo y a los demás mediante el testimonio de vida.

cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor 
Tec de Monterrey Campus Saltillo