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Lupina Soto ‘Pilar del teatro’: Centenaria experiencia
En 2014 Lupina Soto se despidió de los escenarios. No por mucho, cabe aclarar, pues, como lo aseguró en la segunda parte de esta entrevista, si la invitan de nuevo ella gustosa regresa, pero desde entonces, aunque algunos así lo podrían interpretar, ella no ha disminuido su actividad artística.
El año pasado publicó dos libros. En la novela “El Hombre del Soto” cuenta la historia de “un seminarista que estaba en el soto, el claro en el bosque, llega una dama y empieza la historia”, explicó la autora.
El otro es un libro de cuentos infantiles donde incluye fábulas y anécdotas, propias y populares, en historias como “Marcelita y la araña prodigiosa”, “El zafiro y el medallón de oro”, “No dejes camino real por vereda” de la apuesta entre el conejo y la tortuga y otros tantos, ilustrados con fotografías.
“Yo he hecho muchas cosas para poder reunir dinero, pues por lo mismo, ya no trabajo en otra cosa y hago lo que puedo”, comentó, “ahorita quiero, no hay quien me ayude, a escribir los recuerdos de una enfermera”.
Así como mencionamos al principio Lupina, aunque siempre quiso estar sobre el escenario y ser artista la vida la vistió de blanco, y por casi cinco décadas se dedicó a la enfermería. Ahora quiere darle un espacio en un libro a esa parte de su vida que pocos conocen.
“Fue una cosa muy curiosa. Salí de mi pueblo una mañana hermosa de abril y me fui a Monterrey. Llegué y pensé en visitar al padre Jesús Montemayor. ¿Porqué llegué ahí con el padre si la idea mía era buscar quién me enseñara a cantar y bailar? Yo quería ser bailarina y cantante”, contó.
“Iba a Monterrey a buscar una escuela. Mi papá fue ferrocarrilero, no había problemas para salir. Llegué con el padre, él había estado en el pueblo y yo en el coro y me conocía perfectamente”, continúo.
“Llegué y lo saludé, con besito en la mano y todo. ‘¿A qué vienes, niña?’, me preguntó, ‘pos vengo a estudiar’, ‘¿Qué quieres estudiar?’. ¿Le iba a decir que baile? ¿Cuándo? ¡No! Y yo de rancherita, le pegó un manazo al escritorio y yo pos nomás le dije que enfermería. Tenía miedo y luego ranchera”.
“Yo vivía en Salinas Victoria en una casa humilde, aunque con un gran solar. Era una mujer feliz pero yo quería hacer algo más y cuando yo llego con el padre y le digo que enfermería me dijo que muy bien, empezó a escribir ahí, habló por teléfono. Tenía yo 17 o 18 años y me llevaron a la maternidad y me recibió la madre Estefanía Aguilar”, recordó.
Este fortuito cambio de planes la llevó a posponer sus ambiciones artísticas, pero eventualmente, al jubilarse, comenzó el camino por el cual todos la conocemos. Quedó a debernos las historias de lo que vivió en el hospital.
La vena creativa, sin embargo, la heredó a sus hijos, aunque la tragedia envolvió la carrera de uno de ellos. “Rodolfo mi hijo, fue cantante, y tocaba la guitarra. Fue cantante mucho tiempo, desgraciadamente un accidente lo quitó de eso. Tiene más de 20 años de ese accidente, ahí perdió la vista de un ojo y ahorita ya perdió su otro ojo”, nos contó.
“Ahorita estamos viendo de qué manera lo ayudamos, para que él pueda salir adelante. Su esposa canta, es Elsa Martinelli. Y todavía canta, pero tiene que estarlo cuidando. La hija está casada, y con bebé, y pues es difícil”, añadió, “por eso estoy tratando de hacer esto, para ayudar a mi hijo. Mi hijo Luis es el único que tengo aquí, en Monterrey está Rodolfo, en Campeche Víctor Manuel, que él es ingeniero y este es físico-matemático”.
Con la intención de reunir dinero para estas causas nos comentó que pronto, en el Teatro Garnica, presentarán su obra “La Fiesta en el Bosque”, una obra de teatro para niños, sobre la cual, aseguró, nos dará detalles más adelante.
A pesar de su preocupación por su familia no pierde el interés en lo que sucede en el teatro saltillense y por ello recalcó su intención de ver un día tanto el teatro de la Plaza 10 de Mayo como el del IMSS de vuelta en funciones.
“Estuvimos viendo si era posible que se recabaran firmas o se hiciera algo que yo no sé, para poder ver si se puede abrir el Teatro del Seguro Social porque está cerrado y nos hace mucha falta”, expresó.
“Ahí andan las pobres gentes en las casas, en los patios de las casas, ¿porqué si tenemos donde? Este teatro (el de la Plaza 10 de Mayo) está chiquito pero caben cien gentes, con sus butacas. Cuando yo lo vi la última vez me quise morir, porque les dije que me hicieran favor de abrir para ver; habían trapeadores, botes, era un reverendo mugrero”, dijo.
Sea sobre el escenario o desde la cocina y la sala de su casa Lupina Soto no planea dejar de hacer arte y de trabajar en pro de él. La fuerza de su voz y la claridad de sus memorias ocultan su verdadera edad e incluso ante su falta de visión y oído ella es una mujer que aún tiene y quiere dar mucho.