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María Herrera

Las prácticas de la señora María Herrera pertenecen por supuesto a un pasado bochornoso, que es mejor no recordar

Como epílogo de la hecatombe priista acaecida en la pasada contienda electoral, misma que redujo la hegemonía política revolucionaria a un ridículo coto de poder circunscrito (para nuestro desdoro) a esta sarapera capital coahuilense, dejó de existir hace unos días la mujer que fuera la madrina más prominente del otrora partidazo en la comarca.

Escuché el nombre de María Herrera por primera vez hace más de treinta años, seguramente fuera de todo contexto, aunque ya desde entonces entendí que se trataba de una pieza relevante en el tablero político local.

Aunque, dicho de otra manera (y ya luego de la infausta experiencia de haberme empapado en temas de poder y nuestra política ranchera), era ella una pieza clave en el funcionamiento de la inescrupulosa maquinaria electorera con que el PRI se agandallaba toda elección y con ésta cualquier anhelo democrático que en nuestra inocencia pudiésemos albergar.

Hay una verdad que es particularmente cierta en nuestro Saltillititito de casi cuatro y medio siglos de edad: Que no tenemos muerto malo. 

Nacemos y vivimos como auténticos hijos de la re-chingada, jodemos al prójimo y nos pasamos la ley de Dios y la de los hombres por donde no nos pega el sol (“¿En palco y platea?”, preguntó alguien).

Basta con adquirir la inexorable calidad de difuntos que, seamos honestos, nada tiene de meritoria, para ganar en automático la calidad de don o doña, según sea el caso.

Algunas publicaciones dieron a la ciudadana María Herrera, con motivo de su deceso, el título de luchadora social.

A ver… espérenme tantito. ¿Luchadora social? ¿En serio le quieren colocar a María Herrera la misma banda distintiva que a Elvia Carrillo Puerto, Rosa Parks o “Las Patronas”? ¡Por favor, señores, atemperen esa temeridad!

Y mire, tampoco se trata de hablar mal de quien ya no está presente para defenderse, pero tratemos por ello de no hablar mal, sino de hacer un comentario objetivo basado en hechos. Veamos:

Se dice que la gran obra en la vida de esta mujer saltillense fue el “ayudar” a mucha gente a “hacerse” de una vivienda. ¡Qué altruismo!
Pero hay muchas cosas a considerar antes de marcar a Roma pidiendo los formatos de beatificación.

Habría que responder (sólo para empezar) si se trató en cada caso de un acto desinteresado, si no hubo ganancia ulterior, si no se afectó con esto el derecho de terceros, si siempre se ponderó a la gente en función de su necesidad, o si se les pidió algo a cambio.

Ya con esto la aportación de lideresa se derrumba, al menos en su supuesta calidad de “legado humanitario”, por mucho que generaciones de Saltillenses hayan tenido debido a ello un techo y lo continúen disfrutando hoy en día.

Pero lo medular es lo otro, el pequeño detallito de que la obra a la que consagró su vida la hoy finada estaba al servicio, en su última instancia, no al servicio de los más desamparados, sino de un régimen perverso y la institución que lo apuntala, mismos que en la práctica, al día de hoy en nuestra patria chica, son indistinguibles uno del otro.

El gran beneficiado de la obra de la señora Herrera fue ese mismo PRI-Gobierno autor no de nuestra pobreza como nación, sino de la miseria humana que es mucho peor, porque se conforma de hambre y de ignorancia y no permite que el pueblo levante cabeza.

El Revolucionario y su inagotable fábrica de pobres a los que luego dispensa la caridad etiquetada, el apoyo con guiño electoral, el auxilio condicionado, a través de sus generalas de colonia que suelen imponer su voluntad no siempre sin amenazas o violencia.

Las llamadas lideresas aun abarrotan mítines partidistas, distribuyen la asistencia social a criterio y deciden elecciones, perpetuando la forma más miserable del clientelismo político.

Pero en su última hora, todos esos altos funcionarios tricolores que se sirvieron de esta caudilla le hicieron el desdén porque, después de todo… “ya es un nuevo PRI” y las prácticas de la señora Herrera pertenecen por supuesto a un pasado bochornoso, que es mejor no recordar. Así que de ir a montarle una guardia luctuosa a su guerrera popular, ni hablar.

Con Claudia Ruiz Massieu como nueva presidente del CEN del PRI y Rubén Moreira como flamante secretario general, más que reinventarse, el Revolucionario parece un vampiro de película vieja que, tras el golpe de la fatídica estaca, va revelando su verdadera edad hasta quedar convertido en momia polvorienta.

El fallecimiento de María Herrera es cuando menos muy simbólico aunque yo desearía que el paro final de su tricolor corazón fuese además premonitorio del destino del partido al que sirvió.

Las ganas de elevar a la categoría de luchador social a los caciques urbanos, cancerberos de una dictadura de partido, son mera necedad o ceguera. La aportación de las lideresas en México (perfectamente representada en Saltillo) como todo lo que factura el PRI, tiene mucho de objetable y nada, nada absolutamente de celebrable. 
  
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