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Menos disculpas y más justicia
Es complicado, desde la lógica elemental, entender que tengamos que ofrecer disculpas por algo que no hemos realizado. Si es algo que tiene que ver con la estética (el vernos bien) y no con la ética (la justicia), se entiende. Hay una gran diferencia entre ofrecer disculpas y pedir perdón. A veces se ofrecen disculpas por educación, por costumbre, porque somos “queda bien”, pero la disculpa, en su esencia, no es un movimiento interno que nos lleve a la reparación de los daños. Sí el perdón. El perdón no sólo conlleva una referencia al arrepentimiento, sino al restablecimiento de la justicia.
Patético entender que Juan Pablo II haya pedido perdón por los horrores de la Inquisición y que, 359 años después, levantara la pena de excomunión que había sobre Galileo justo cuando estaban vigentes los crímenes de altos jerarcas involucrados con la pederastia. O que el Estado mexicano pida perdón por los familiares desaparecidos; por quienes fueron secuestrados; por los periodistas asesinados y torturados; por los migrantes masacrados; por la corrupción galopante; por los abusos de los políticos, en fin. Más que disculpas, se requiere operativizar la justicia.
Todo esto a raíz de la nota que surge esta semana, donde se anuncia que el Estado mexicano a través de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, ofrecerá una disculpa pública por el asesinato de los jóvenes estudiantes del Tec de Monterrey masacrados por miembros del Ejército, el 19 de marzo de 2010, hace ya 9 años.
¿Qué no sigue vivo el vértice del organigrama del sexenio 2006-2012 quien, en su momento, era el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y por lo tanto responsable? ¿O ya no se acuerdan quién era el titular de la SEDENA en ese momento o ya falleció? O bien, ¿el titular de la Séptima Zona Militar en ese momento en el estado de Nuevo León, no podría dar la cara? ¿Quiénes son los soldados que asesinaron a los chicos, no les podrían pedir que tomaran la palabra? Por tanto, ¿A quién le corresponde pedir disculpas públicas y reparación del daño?
Porque muchas preguntas siguen en el aire ¿Por qué mintió el Estado Mayor Presidencial en su momento? ¿Por qué afirmaron hasta el cansancio que los chicos eran miembros del crimen organizado, cuando había todo un contexto que lo negaba? ¿Por qué jamás dio la cara el presidente en turno? ¿Qué cargos se fincaron al comandante de la Séptima Zona Militar en Nuevo León que estaba al mando de esos soldados por ocultar información? ¿Por qué no atendieron integralmente a las familias agraviadas? ¿Por qué se empecinaron en que los militares hicieran labores policiales para las que no estaban preparados? Pero sobre todo ¿Por qué no se atrevieron a limpiar el nombre y la buena fama de dos chicos que lo que buscaban era prepararse para ser gente de bien y para servir mejor a su País?
Dos familias destrozadas, una institución agraviada, la impunidad galopante, el uso y abuso del poder, la omisión de las autoridades, la corrupción de la estructura, la complicidad institucional, la desconfianza en las instituciones, el uso de la mentira de forma sistemática, la irresponsabilidad en la toma de decisiones, la usurpación de funciones de una institución militar que tuvo como escenario lo civil, tendrían que ser temas que también deban de contemplarse en la solicitud de disculpas.
El problema es que ya se va haciendo costumbre el hecho de pedir disculpas por culpas ajenas. Sólo falta que pidan disculpas por las masacres de Aguas Blancas (1995) y Acteal (1997). Nada más eso faltaba.
Javier Arredondo y Jorge Mercado no eran sicarios como lo dijo el Ejército. Eran estudiantes de excelencia, estudiaban una maestría, estaban becados; desde el principio todos lo sabían. Quienes tienen que pedir disculpas y pagar por sus irresponsabilidades ante la ley son todos aquellos que formaban parte de la cadena de mando que fue parte de aquel terrible hecho que truncó las ilusiones y la vida de dos jóvenes brillantes. Menos disculpas y más justicia. Los pecados son del tiempo y no de España.