Usted está aquí

Mi mulita se perdió...

Las tradiciones son muy tradicionales. Pasan de padres a hijos, como el color del pelo o la miopía. A veces, sin embargo, la trasmisión se interrumpe, y una generación ya no recibe lo que tuvo la otra. Debemos cuidar las tradiciones, digo yo, pues si se pierden también nosotros nos perdemos un poquito. A los ecologistas les preocupa mucho —y con razón— que alguna especie animal o vegetal entre en vías de extinción. Sin embargo nadie se preocupa de que una tradición esté en peligro de acabarse.

         Suelo contar un inocente chiste, el del conferenciante que dijo: “Nadie sabe lo que sigue después de la muerte”. Levantó la mano al punto una señora y declaró orgullosa: “Yo sí sé lo que sigue después de la muerte. Sigue la chalupa, la bandera y el bandolón”. Cuando digo esa historietilla ante un público de adultos todos la celebran; cuando la digo ante una audiencia de jóvenes ninguno se ríe. No entienden el cuento porque ya no juegan a la lotería. Su juego es la electrónica con todos sus modernos artilugios, el Iphone, el Ipod, el Ipad, y todos los ai la madre que ahora hay. No saben del valiente, el apache y el diablito, ni han dicho nunca el grito jubiloso de “¡Buena por acá!”. Se pierde una tradición que fue para nosotros entrañable. 

         Hoy que son días de posadas quiero recoger textos navideños ya olvidados. Por ejemplo, estos bellos versos para pedir y dar posada, muy distintos de los que se cantan siempre:

 —En nombre del Cielo, buenos moradores,
 dad a estos viajeros, posada esta noche.

 —La hora de pedirla no es muy oportuna.
 Marchad a otra parte, y buena ventura.

 —Mi esposa padece; por piedad os ruego
 que por esta noche le deis el sosiego.

 —Esta casa es nuestra; no es de todo el mundo;
 yo la abro a quien quiero, y abrirla no gusto.

 —Mirad, buena gente, que es mi esposa amada,
 la Reina del Cielo, Madre de la Gracia.

 — Una reina tiene soberbios palacios,
 y ahí a toda hora le abren sus vasallos.

 —De Dios los vasallos somos todos. Luego
 abrid, y que pase la Madre del Verbo.

 —¡Pase la escogida, la niña dichosa,
 y bendiga al alma que alegre la adora!

No he vuelto a escuchar, tampoco, un villancico que se oía otrora, muy tierno. Decía en una de sus estrofas:

  Mi mulita se perdió,
  y la lloro con razón,
  porque en ella le llevaba
  al Niño su colación.

         Es triste, tristísimo, que se extinga un ave, o una flor. Pero también es muy triste que desaparezca una tradición.

Armando Fuentes Aguirre