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Mirador 01/07/16
¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, aquella tempestad de rayos que cayó cerca de la casa?
Eras cachorro todavía, y te asustaste. Mi esposa te tomó en sus brazos, y de inmediato te tranquilizaste. Ya no oíste los truenos como un peligro que te amenazaba, sino como una música que Wagner o Berlioz tocaban para ti.
A veces, Terry, llegan a mi vida tormentas que me atemorizan. Entonces me refugio en los brazos de mi esposa –de mi mujer, de mi señora–. En ellos mis tormentas se sosiegan, y ya no temo al rayo ni me causan espanto los relámpagos.
Cada quien debería tener cerca de sí unos brazos en los cuales buscar asilo en tiempos de borrasca. Si no los tiene, busque los de Dios. Son amorosos brazos. De ellos salimos y a ellos vamos a volver. En sus brazos estás tú ya, querido Terry. En ellos te encontraré. Me encontraré en ellos.
¡Hasta mañana!...