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Mirador 03/10/17
Los Estados Unidos son un país lleno de virtudes, pero igualmente colmado de defectos.
Desde luego hoy por hoy la mayor de sus lacras se llama Donald Trump, pero también hay otras. Una de ellas es la del apego, casi veneración, que los norteamericanos sienten por las armas de fuego. Se diría que son una extensión de su cuerpo; sólo por la incomodidad que eso representa no las llevan en la cintura, en su funda, como portaban su pistola los vaqueros del Oeste.
En el país vecino se puede comprar una ametralladora con la misma facilidad con que se compra una hamburguesa en McDonald’s o una barra de pan en el supermercado. Eso se considera parte de las libertades básicas del ciudadano. Es un derecho constitucional que los fabricantes de armas y los hombres violentos defienden con virulencia y con encono.
Los resultados de esa aberrante idea están a la vista. Lo sucedido en Las Vegas es sólo uno más de los cruentos episodios derivados de ese armamentismo doméstico. Otros iguales acontecerán. Muchas estupideces, y muchos crímenes, se cometen en nombre de la libertad.
¡Hasta mañana!...