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Mirador 04/08/16
Fuimos todos a la milpa a cortar elotes. Después, en el fogón de la cocina, cocimos unos y asamos otros. Luego, sin más adobo que la sal, los disfrutamos en sencillo banquete familiar.
Cualquier intento de hacer el encomio del maíz daría de bruces en la cursilería. Existe el riesgo de caer en un nacionalismo facilón. Eso si todavía en México se produjera maíz. Algo se produce sí, pero mucho del que comemos lo importamos. Estos elotes sí son nuestros: potrereños, nos saben a la tierra, y al sol y al agua de nuestro terruño.
Con esos ingredientes fabricamos este perfecto instante de plenitud gozosa. En el platón, sobre la mesa grande con el mantel bordado, junto a un florero campesino de dalias coloridas, los elotes parecen una ofrenda a los dioses del lar. En el humo que sale de sus hojas va el aroma del trabajo cumplido y del cumplido goce.
Elotes... ¡Qué rico manjar tan pobre! ¡Qué pobre manjar tan rico!
¡Hasta mañana!...