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Mirador 04/12/17
Mi adorada María de la Luz y yo acabamos de cumplir 55 años de novios.
Una noche de gloria, en aquel entrañable Café Tena, frente al Ateneo, le declaré mi amor y le pedí que me aceptara en su vida para siempre.
–Piensa bien lo que me vas a contestar –le sugerí–, porque no te estoy pidiendo que seas mi novia: te estoy pidiendo que seas mi esposa.
Ella tenía 17 años; 24 yo. Pese a su extremada juventud me dijo con determinación:
–No necesito pensarlo. Mi respuesta es sí.
Nos habíamos conocido hacía una semana. Desde entonces empezamos a platicar, y es fecha que no terminamos todavía. Todos estos años hemos caminado juntos lo mismo en la alegría que en las penas. Me ha llevado de la mano como se lleva a un niño, y me ha iluminado con la luz que tiene en su nombre y en sus ojos.
Jamás tendré palabras para darle las gracias por haberme permitido ir a su lado todos estos años. Pero no necesito de palabras. Con el latir del corazón le digo ahora a María de la Luz, mi novia: “Te quiero más que entonces”.
¡Hasta mañana!...