Mirador 05/03/16

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Mirador 05/03/16

El gato -ese trozo de Egipto- camina con paso mayestático sobre la barda de adobe del solar.

Lo miro, y él sabe que lo miro. Voltea a verme con desdén, como si él fuera todo y yo no fuera nadie. Luego se sienta allá, en lo alto, y pasea una mirada de propietario por el mundo.

A mí este gato me provoca un complejo de inferioridad. Recibe el alimento que le doy como si fuera un tributo que le debo. Voy a mi sillón favorito y lo encuentro ocupado por él. No me atrevo a molestarlo; me siento en una silla.

Y es que soy sumiso ante el misterio, y los gatos son eso: un misterio. Con ellos va la hondura de la selva; tienen el señorío de la criatura que nunca ha sido conquistada. El gato simula ser animal doméstico, pero no lo es. Jamás perdió su libertad, como el lobo cuando se convirtió en perro.

Lo que digo no significa que no me gusten los gatos. ¿A quién no le pueden gustar esos resúmenes de tigre? 
Digo, sí, que no los entiendo. A los dioses, a las mujeres y a los gatos nadie los entiende. Lo digo con el mayor respeto. (Y también con un poquito de temor).

¡Hasta mañana!...