Mirador 05/07/16

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Mirador 05/07/16

El sabio conferencista dijo:

—No le demos un pescado a un hombre: enseñémoslo a pescar.

Como se ve, era muy original.

Cierto día el sabio conferencista se perdió en un bosque. Días y días caminó desatentado, sin comer nada y sin beber más que agua que recogía de las peñas. Iba y venía lleno de angustia, y no encontraba la salida de aquel verde laberinto de árboles.

Una mañana, extenuado, perdida la razón, se iba a echar a morir cuando escuchó el murmullo de un río que pasaba cerca. Se dirigió a él, y en sus orillas vio a un hombre que estaba asando unos pescados. Le pidió que le diera uno, pues fenecía de hambre. El hombre se negó. “No puedo darte un pescado —le dijo—. Debo enseñarte a pescar. Ven mañana a recibir la primera lección. Son 24”.

Ignoro cuál fue la suerte del sabio conferencista. No quiero decir que tuvo que comerse sus palabras, pues eso sería crueldad. Pero lo que le sucedió explica por qué este texto mío no tiene moraleja: las moralejas tampoco se comen.

¡Hasta mañana!...