Mirador 09/03/17

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Mirador 09/03/17

En la sala de la casona del Potrero está el retrato de don Tomás Berlanga. Aquí nació el año de 1858. Desde niño mostró una clara inteligencia, tanto que el maestro de la escuela aconsejó a sus padres que lo mandaran al Saltillo a estudiar en vez de dedicarlo a las faenas del campo.

En la ciudad destacó también aquel muchacho. Cursó la carrera de abogado y brilló en la política, el periodismo y la academia. Hacía versos. En el álbum de su hermana Refugio puso unos dodecasílabos que dicen: “¿Mis versos en tu álbum? Oh, Cuca, ¡qué gloria! / Si tú los repites después de memoria / serán armoniosos y dulces serán…”.

Era ferviente liberal y gran enemigo de la tauromaquia. Cuando se construyó el Teatro Acuña dijo que ese “centro de alta cultura” se había erigido entre dos barbaries, pues estaba entre la plaza de toros y el templo de San Esteban. Lo del templo se lo perdono; lo de la plaza de toros no.

Su esposa, católica devota, se angustiaba. Pensaba que don Tomás se iba a ir al infierno por su liberalismo. Una madrugada el licenciado Berlanga saltó del lecho dando gritos, se echó encima una manta y corriendo fue a la capilla del Santo Cristo. Ahí se postró ante la imagen del crucificado y se deshizo en llanto. Desde entonces fue otro. Nadie supo jamás qué fue lo que soñó. O lo que vio. Me pongo ante el retrato y se lo pregunto. No me contesta. Todavía.

         ¡Hasta mañana!...